Presentación

«Spain the movie» por Ángela Vallvey

La Razón
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Si la España contemporánea hubiese sido una película, en la fase de Preproducción (1975) la sociedad española y sus «directores» políticos habrían iniciado los preparativos del emocionante rodaje. Buscando unos distinguidos guionistas que contaran una buena historia, una historia excelente. Así, después de la muerte de Franco, la sociedad española y sus directores políticos se habrían limitado a enterrar al interfecto y a discurrir cómo narrar «otra» historia completamente «nueva». Los guionistas habrían escrito la Constitución pensando en el futuro, no en el pasado. Se habría diseñado un mapa territorial en que el nuevo presente sembrara el futuro, sin olvidar el pasado pero sin inventar el pasado. Los productores ejecutivos –la primera camada parlamentaria salida de las urnas– habría vigilado de cerca que los recursos estuviesen bien empleados, y encaminados a obtener una obra relevante. En la fase de Producción se rodaría la película de la Transición, que no debía durar más de 36 años (las murgas de casi 40 años son insufribles), para optimizar los patrimonios humanos y pecuniarios de que disponía la nación y no aburrir o atemorizar al resto del mundo con un espectáculo a todas luces mejorable. La banda sonora no debió ser el lamento de una antigua contienda civil con (golpes) bajos de explosión terrorista. En la fase de Postproducción, Europa entera habría conocido una obra de calidad, y ahora no nos estaría cobrando los bonos del Tesoro a precio de usura.

En realidad, si España hubiese sido una película, podríamos decir que lo tenía todo para ser muy buena, incluso un clásico: el capital humano, su gente, y su riqueza –los actores, los medios–, el «atrezzo» del paisaje y el clima, el guión de una historia escarmentada… Pero al fallar los sucesivos directores –políticos– nos ha salido una españolada de aquellas.