Artistas
Más allá del misionero por Marina CASTAÑO
No hace falta ser un acróbata a la hora de realizar el acto sexual, ni practicar el mítico salto del tigre subiéndose al armario, pero tampoco puede uno acomodarse a la posición del misionero, convirtiendo algo placentero en una monotonía tediosa que lleva a una inevitable falta de interés y a que ella suelte el fatídico «hoy no, cariño, que me duele la cabeza». La complicidad y la confianza que se van generando con el tiempo en la pareja tendrían que derivar en una experimentación nueva cada vez que se encienden los motores. Se supone que en la prehistoria se adoptaban las posturas de los animales, es decir, la mujer agachada y el hombre penetrando desde atrás. Algunos antropólogos creen que así el hombre no perdía de vista el entorno, por si una fiera o un enemigo se aproximaban. Existen también registros iconográficos del mundo antiguo que nos muestran como una posición habitual a la hembra sentada sobre el macho. Es curioso y hasta literario que chinos, griegos, etruscos o hindúes describieron múltiples posiciones coitales, bautizándolas con curiosos nombres: la posición del cangrejo, la abertura del bambú, la posición enlazante, la presión del elefante o el frotamiento del jabalí. Y es que ya se dice en el kamasutra que «las personas deben imitar las diferentes costumbres de los animales, que encienden la pasión, el amor y el respeto en el corazón». En sexología se considera que no existen posiciones únicas y naturales, ni aconsejables, ni sanas, sino que son válidas todas aquellas que produzcan satisfacción mutua. Y eso, no tiene vuelta de hoja.
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