Presidencia del Gobierno

Cuando Rajoy se enfada

La Razón
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Hoy tampoco daremos una exclusiva: generalmente amanece y anochece. Pasan los días, los meses, los años y queda Rajoy, que incluso antes de ser investido presidente podrá ser declarado, de los pies a la coronilla, conjunto monumental por su actitud de mármol. Umbral escribió que la gloria es una alucinación; para Rajoy, la gloria debe ser que pasen los días. Tras el postre llega el puro y así. Es distinto contentarse con que pase el tiempo que esperar. Pero ha pasado tanto como para que se encienda el caos, un caos doméstico, que todavía no ha enseñado sus fauces. Y Mariano ya palpa su propio advenimiento a La Moncloa. Durante estos años, el líder del PP ha sido «el que espera que salga la reina de Saba frente a un cinematógrafo» (Enzensberger, del poema Hotel Fraternité). Con Zapatero, la reina de Saba se ha ido del cine y está esperando el metro para exiliarse, por lo menos, a Aluche; y pronto se darán el bote Salomón y todos los extras. Como sala, la España de ZP es aquel teatro anárquico de Fellini donde las madres ponían a orinar a los niños en el patio de butacas y los espectadores arrojaban gatos negros a los actores. En esta atmosfera de gatos y orines, Rajoy ha forzado a su personaje, mitad indolencia mitad paciencia, a enfadarse con Bono. El presidente de las Cortes había dicho que Mariano es un tesoro (para el PSOE). En el póker de mentiras que es el poder y con España borrascosa, perder el tiempo enfadándose por esto aclara que lo mejor de Rajoy es dejar pasar el tiempo.