El triunfo de la caverna

Inefable, casi como la muerte o los impuestos –para según quién, claro–, existe un canon no escrito en ninguna tabla de piedra ni papiro que rige el comportamiento de los hombres. Y cuando hablamos de hombres, hablamos de hombres, que no de las mujeres. Sabemos así que, cuando llevamos diez minutos dando vueltas con el coche, a la mayoría nos llevan los demonios antes que aceptar que nos hemos perdido. Y de bajar la ventanilla para preguntar, ya ni hablamos. O que, cuando dos viejos amigos nos reencontramos, un poco efusivo «¡hombre!» lo dice todo y equivaldría, en lenguaje femenino, a algo así como «¡cuánto me alegro de verte, te he echado mucho de menos!». Por supuesto, hablamos del espectro de los tópicos, esas generalizaciones que nunca sirven para definir a todo individuo, aunque bien pueden darnos pinceladas sobre esos lugares comunes que, aunque nos cueste reconocerlo, casi todos transitamos.
Y si alguien rechaza la idea, bueno, está en su derecho. Lo cierto es que con este retrato masculino, reunido en forma de monólogo bajo el título «El cavernícola», el actor y autor norteamericano Rob Becker consiguió darle un nuevo aire a la guerra de sexos que ha marcado la creación artística durante las últimas décadas y firmó un nuevo clásico, un texto que desde 1991 ha batido récords: se convirtió en 1996 en el monólogo de más largo recorrido en la historia de Broadway y ha sido llevado a decenas de países, entre ellos España, donde Nancho Novo lo hizo suyo hace ya unas cuantas noches. Y es que el actor gallego ha sabido sacar al cavernícola que lleva dentro y conecta con su público desde hace ya tres temporadas, que se dice pronto. La cuarta acaba de comenzar en el Teatro Fígaro, donde Novo vuelve para seguir siendo el rey de la caverna.