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Berlusconi y las arrepentidas

La Razón
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Italia, Roma. En una ciudad donde las estatuas están censadas y pagan impuestos, lo que centellea es lo mismo que en el resto del mundo, la carne y más recientemente, la carne siliconada. Esto se sabe desde que Anita Ekberg abrió el mostrador de su escote en la Fontana de Trevi y ensombreció toda la obra de Bernini. Hay cúpulas, vírgenes vestales, campanarios y capelos y levantaron la mayor de las basílicas, Santa María la Maggiore, en honor a la Virgen de las Nieves porque nevó un agosto. Pero de lo que estamos hablando, de lo que siempre estamos hablando, es de estas estrellas del subsuelo que patrocina y explota Berlusconni, niñas-maggioratas, nodrizas de Rómulo, de Remo y de algún ministro. Debió de marcarle mucho ser cantante de cruceros, porque ahora no distingue un guateque, un karaoke o un prostíbulo de un consejo de ministros. Y a edad provecta, el infinito número de su harén lo disimula con descaro: dice que ayuda a las arrepentidas, pero en vez de una casa de tales, les pone chalés y villas de putiferio. Lo peor es que como el rey de Italia tiene en propiedad a los periodistas y en renting a jueces, estos acabarán diciendo lo que Marcello en aquella fiesta felliniana:- «¿Por 500.000 liras me dirías que soy como Marlon Brando?» –Por supuesto, responde Matroianni. –¿Y por 1 millón que me dirías? –Primero dame el millón y después lo pienso.