Artistas

Provocador

 
 larazon

La provocación, la grosería y la falta absoluta de educación no entran en los espacios de las buenas maneras. Pero de hacerlo, hay que ser un provocador, un grosero y un ineducado de órdago. En tal caso, la total falta de urbanidad se acepta mejor que en términos medianos. El tenista McEnroe es el ejemplo. Le lanzaba bolazos a los árbitros y jueces de fondo, insultaba al público, se reía del adversario y era expulsado de la cancha con notable asiduidad. Pero caía simpático. Federer es un educado falso, al que se le ve el plumero cuando las cosas no le van bien. Y cae fatal.

El duque de Edimburgo es un contumaz faltón, un espectacular impertinente, y no obstante, su figura es un paisaje de suprema elegancia. Lo mismo, salvando las distancias, le ocurría a mi difunto amigo Práxedes Urdampilleta, donostiarra. Era un hombre querido y admirado, no sólo por su elegancia natural, sino por su rotunda grosería.

Así que nos hallábamos en la piscina del Real Club de Tenis, sita en la falda de Igueldo, cuando una mujer de mediana edad nos impedía alcanzar la barra para pedir un pincho de tortilla. «Apártese, hipopótama, por favor». Ese «por favor» restaba zafiedad al «hipopótama» previo, y la gorda se apartaba sin protestar. Serafín Urreiztigascoa medía ciento cincuenta centímetros. Práxedes le saludó de esta guisa: «Buenos días, chincheta». Y Serafín sonrió emocionado.

Presumía entre chapuzón y chapuzón un tipo de ligar mucho con mujeres. «Cada día me gustan mas las tetas de las tías» comentó el presumido. «Y a mí las tetas de tu hija», remachó Práxedes. El hombre no supo reaccionar. A la abuela de nuestro común amigo Félix Urra-Ñuti, Práxedes la saludó con su elegancia innata. Tomó su mano, se la acercó a los labios y con sinceras palabras le soltó: «Te encuentro mucho peor que el año pasado, vieja pocha». A ella, que andaba regular de nivel de audición, le pareció encantador lo que le dijo Práxedes -Praxi para los amigos–, y le regaló cinco mil pesetas, que era una fortuna.

Jamás pronunció palabra o frase de elogio y cortesía. Murió joven como consecuencia de un episodio hepático. Su madre no se movió de su lado durante la agonía. Bueno, sí, lo hizo en el tramo final después de oir el ruego de Praxi: «Madre, deja de darme el coñazo». El padre Guridi le dio la extremaunción. «¿Te arrepientes de tus faltas, hijo?»; «me arrepiento de no haberlo conocido antes para darle una patada en los huevos».
Y falleció en olor de santidad.