Barcelona

«Citius altius fortius» por Martín Prieto

De los griegos, pasando por el amateurismo, hemos llegado al gran show de los Juegos Olímpicos modernos. Un negocio y un espectáculo para quien no se mueve de la butaca 

La Razón
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Cada cuatro años, las Olimpiadas clásicas en honor de Zeus alcanzaron su esplendor entre los siglos VI y V a. de C. y fueron juegos de liturgia religiosa que abrían una tregua de cuatro semanas en deferencia a los dioses en las enquistadas guerras entre las ciudades griegas.
Los atletas competían desnudos untados en óleos y las mujeres no podían participar ni siquiera como espectadoras, aunque algunos eruditos aventuran que podían asistir como público las solteras. Los héroes no tenían más premio que una corona de laurel, aunque mantenían reconocimiento social de por vida. En los Juegos Olímpicos modernos no se admitieron mujeres deportistas hasta las Olimpiadas de 1900 en París y fueron copando todas las pruebas hasta ésta de Londres, en la que se ha dado un paso adelante de justicia femenina: Qatar está representado por Nada Arkaji (nadadora), Noor Al-Maki y Bahía Al-Hamad (ambas corredoras), y el sultanato de Brunei envía a la velocista de 400 metros Maziah Mahusin. Ni Arabia Saudí ha mantenido la prohibición olímpica a las mujeres. Sea como fuera, las cuatro nuevas atletas de los Emiratos deberán ocultar su cabello por esa extraña mezcla de pudor y erotismo que excita la líbido musulmana.

Pierre de Fredy, barón de Coubertin, abandonó la escuela militar de Saint-Cyr por la pedagogía del higienismo buscando propagar una cultura física nada popular en el siglo XIX, un camino hacia la moralidad y la rara conjunción del cristianismo muscular. Tardó 40 años en convencer a los estados de la bondad de su proyecto, pero la religiosidad griega y el humanismo moderno no conciliaron y dieron pie al fenómeno de masas, un soterrado nacionalismo deportivo, un negocio multinacional y un espectáculo televisivo para los miles de millones que no se mueven de la butaca.

La primera retransmisión inter- oceánica de televisión fue la de los Juegos nazis de 1936 documentados genialmente por la hitlerista Leni Riefenstahl. La guerra detuvo el progreso de la TV, pero ¿qué hubiera sido del conflicto si Goebbels hubiera dispuesto de tal medio de propaganda, seducción e intoxicación? Hoy el olimpismo sólo está limpio en los atletas. Los libros críticos y no autorizados publicados sobre el Comité Olímpico Internacional con sede en Lausana retratan conjuras políticas, mangoneo de los grandes comerciantes deportivos y un poder de satrapía del presidente del organismo que desciende por capilaridad a los comités nacionales de horca y cuchillo.
En baja forma
Londres se ha preparado con el reloj pegado al culo: aún reparan la autopista entre Heathrow y el centro de la ciudad que estaba por derrumbarse, fallos en la seguridad privada han movilizado a 3.500 soldados, algunos traídos de Afganistán, y la mayoría de parados españoles y húngaros contratados para la limpieza se alojan en perreras. El fracaso vial en el centro de la ciudad, ya colapsado, será apocalíptico. España tiene que jugar al alza porque de las 22 medallas obtenidas en Barcelona hemos bajado a las 18 en Pekín, pasando por las 11 de Sidney. No basta con el fútbol, el tenis, la Fórmula-1 o el motorismo GP. Nuestra indumentaria no ayuda a elevar la moral. El anterior equipo socialista la encargó a un mafioso ruso que dice que no cobra aunque ya obtendrá otras regalías. Como se ha escrito en las redes sociales, no es un uniforme para ir a buscar oro sino para ir a robar cobre. Algunos ingleses pensarán que los nuestros van vestidos de toreros psicodélicos o de banda de latinos danzantes en el Bronx. A Espinosa de los Monteros, recién nombrado alto comisionado para la marca España, le han inaugurado lo suyo con un pastiche de mercadillo. Nuestro estilismo cuenta con marcas de fuste y cualquiera de ellas hubiera trabajado gratis sólo por la publicidad conllevada y la promoción de lo español que tanto necesitamos. Los que van a competir parecen disfrazados de peripatéticas en la Plaza Roja. Solo queda el más rápido, más alto, más fuerte.