Kiev

Sergei Polunin el bailarín ya es leyenda

Era el bailarín principal más joven de la historia del Royal Ballet, hasta que desapareció. Sólo su socio en un estudio de tatuajes sabe adónde ha ido

Sergei Polunin el bailarín ya es leyenda
Sergei Polunin el bailarín ya es leyendalarazon

A simple vista, Anthony Lammin no parece un experto en ballet. Lleva gorra, pantalones anchos, camiseta negra, diferentes tatuajes repartidos por todo el cuerpo, incluida una pequeña lágrima en la cara, y un microimplante que le acaba de hacer Olga, una encantadora chica española llena de «piercings» que se ha mudado recientemente a Londres. Anthony no parece un experto en ballet. Y no lo es. Pero es una de las pocas personas que hoy tiene contacto con Sergei Polunin.

Con 21 años, el ucraniano era el principal bailarín más joven de la historia del Royal Ballet. Pero de la noche a la mañana presentó su dimisión y ahora ha desaparecido de la faz de la tierra. Se rumorea que podría viajar a Japón, Rusia o Estados Unidos. Se dice que estaba cansado del Reino Unido y de los «corsés» de la compañía, y que quería tener libertad para bailar donde quisiera. Se comenta que podría pasar por una depresión por haber roto su relación sentimental con la bailarina Helen Crawford, diez años mayor que él. Se escuchan muchas historias, pero lo cierto es que nadie sabe nada. Nadie, excepto Anthony.

Muy apasionado
Sus caminos se cruzaron hace tan sólo ocho meses. Sergei entró en su tienda de tatuajes para hacerse uno más a la altura del costado. «Nos pusimos a hablar y le vi un tío muy apasionado, muy interesante y con muchas ganas de meterse en el negocio de los "tatus"», dice a LA RAZÓN. Así que una cosa llevó a la otra y decidieron asociarse. Los dos son ahora copropetarios de la pequeña tienda de Anthony.

No es fácil dar con ella. La Prensa británica se horrorizó con la idea de que el sucesor de Rudolf Nureyev pudiera colgar las zapatillas para dedicarse a este mundo y muchos empezaron a rastrear Camden Town con la esperanza de encontrarse al que fue el niño mimado de la compañía. Pero no. The London Tattoo Company está mucho más al noreste. Se trata de una zona a la que sólo llega el «overground» y en la que los coches que van con las ventanillas bajadas no tienen de música de fondo a la partitura de Felix Mendelssohn, la misma que habría debido interpretar Sergei con «The Dream» si hubiera seguido actuando en Covent Garden.

Aunque anuncia su nombre en la página web como gran reclamo para el cliente, cuando cuenta su historia, Anthony no presume de ser el socio del bailarín. Al contrario, cuesta mucho sacarle una palabra y si habla es más por educación que por fanfarronería. «Somos colegas y venimos de dos mundos diferentes. Pero nada más. Yo no me meto en sus cosas ni él en las mías. Cuando vi la noticia en la Prensa le llamé para ver si era cierta –aún conserva el recorte en la tienda–, pero nada más. Yo no soy quién para decirle qué es lo que tiene que hacer con su vida», explica.

Tres «tatus» en ocho meses
Antes de dar el bombazo,a Anthony no le notó nada. Ni siquiera en los descansos entre «tatu» y «tatu». En sólo ocho meses, se ha hecho tres más que adornan su cuerpo. En total tiene alrededor de nueve, que tapaba con densas capas de maquillaje cada vez que salía al escenario.

«Es un tipo bastante callado. Yo le he visto actuar tres veces. La verdad es que me gustó. Pensaba que me iba a dormir, pero no –asegura–. Aunque cuando estamos juntos no hablamos de la danza. Supongo que por eso le gusta pasar tiempo aquí. Es como su refugio, una válvula de escape que no le recuerda nada al ballet. Ya tiene bastante presión fuera».

«¿Crees que ha tomado la decisión equivocada?», pregunto. «Estaba cansado de todo eso. Supongo que es lo que te pasa cuando alcanzas lo más alto siendo tan joven. Él era muy bueno, pero ahora, con su marcha, ha conseguido convertirse en leyenda. Él mencionó algo de Japón y también América, pero creo que no sabe todavía lo que quiere. Supongo que se irá. Londres no le deja ser libre: aquí tan sólo es un producto del Royal Ballet».

Lo que parece claro es que Sergei seguirá dedicándose al ballet. Lo de los tatuajes es tan sólo un negocio. Pero el bailarín no va a colgar las zapatillas para hacer «tatus». En su Twitter ha puesto: «Sergei Polunin: bailarín principal de ¿?». Fue a través de la red social donde comunicó su decisión dejando con la boca abierta a la directora de la compañía, Monica Mason. Días antes había contado cómo bebía champán y cerveza por la mañana y cenaba pizza. «Vive rápido, muere joven» reza uno de sus tuits.

De Kiev a Londres
Polunin no ha tenido lo que podría llamarse una vida fuera de la danza, como él mismo desea en alguna entrevista, hasta ahora. Siendo sólo un niño, su padre abandonó a su familia para irse a trabajar a Portugal y dejó Kherson junto a su madre. Se trasladaron a Kiev, donde se matriculó en la Escuela Estatal de Danza. Allí, uno de sus profesores, cautivado por su talento, le grabó y mandó la cinta a la Escuela del Royal Ballet. Con apenas 13 años Sergei se trasladó a Richmond, suroeste de Londres, y en 2007 se unió al Royal Ballet. A los 19 ya era el bailarín principal.


La primera tienda, pero no la última
Nada más entrar en The London Tattoo Company hay una gran televisión con una Play Station. «Aquí solemos pasar horas. También vemos películas. A Sergei le encantan las de Johnny Depp», explica Anthony, el socio de Sergei en el estudio de tatuajes. Aunque parece que seguirá bailando, los dos socios están mirando abrir ya otra tienda por el centro. Forman un buen equipo. Sergei pondrá su agenda y Anthony su talento con la tinta.


El detalle
UNA VIDA ESTRICTA

En sus escasas entrevistas, cuando nadie se imaginaba que Sergei Polunin acabaría dejando el Royal Ballet, el joven bailarín ya se había quejado de las estrictas dietas y de los ejercicios que tenía que seguir. «No estoy bien. Yo no participo en muchas clases. Algunas veces no como en todo el día, y después como cuatro veces entre las ocho de la tarde y las cuatro de la madrugada. Me acuesto realmente tarde. Si sólo durmiera, no tendría realmente una vida fuera de la danza», lamentaba.