España
La manta zamorana del Senado
El mundo es un pañuelo pero España ha decidido convertirse contra pronóstico en una manta zamorana. Lo peor de los pinganillos del Senado no es lo que cuestan ni la ridiculez de tener que entenderse con intérpretes entre españoles, sino que todo eso se haya hecho sólo por joder. A estas alturas, nos entendemos tan bien que hasta somos capaces de leer en los labios cuando quien habla es un andaluz, un catalán, un vasco o un madrileño. Sin pinganillos y casi que sin hablar, porque tanto tiempo juntos nos ha hecho saber perfectamente qué acento tenemos y hasta de qué pie cojeamos. Y, entre líneas, lo que se puede leer de toda esta historia no es otra cosa que el intento por llevar la singularidad del idioma a una singularización en las instituciones y, especialmente, en los Presupuestos Generales del Estado. Qué quieren que les diga: esta película la hemos visto ya tantas veces que nunca los subtítulos nos habían hecho falta para entenderla.
El Senado no va a resultar más eficiente con la medida ni con ella se va a contribuir a una mejor gobernanza del Estado. Es más, puede que incluso contribuya a conseguir lo contrario. Como tampoco es casual que el debate coincida con el de la remodelación del modelo autonómico promulgada ahora por algunos, que es un asunto en el que paradójicamente confluyen cosarios con salteadores de caminos siendo que, yendo todos hacia una misma dirección, cada uno lo haga por diferentes razones y con diferentes propósitos . Por un lado, quienes desde el nacionalismo aprovechan toda circunstancia para seguir arrimando ventajas a sus ya privilegiadas posiciones y, por otro, quienes pretenden la justa depuración del sistema tras verificar los errores detectados en él con el paso de los años. El modelo autonómico español ha servido para descentralizar el poder en aras a una mayor justicia en el servicio a la ciudadanía. Todas las reformas que vengan serán buenas si su fin último es, por tanto, el de igualarnos. Mucho me temo que quienes quieren pinganillos no se darán por satisfechos hasta ver salas separadas por idiomas y negociaciones aparte con el resto del Estado. Porque lo que se tiene que aclarar de una vez por todas no es el número de pinganillos que ponemos en el Senado sino cuántos Senados estamos dispuestos a mantener en este país.
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