Crisis económica
Es buena la reforma laboral por Cristina López Schlichting
La reforma laboral se hace por narices, eso lo tenemos claro. Porque esto se viene abajo y porque la Troika nos obliga. Vale, pero ¿es buena o mala? Rara vez se plantea así un columna, pero vengo dándole vueltas a la de María José Navarro en este mismo periódico el viernes. Tengo a María José por gran periodista y excelente persona. Así que me preocupó su dolor cuando constataba la disminución de los derechos de los trabajadores que conllevan los cambios anunciados por el Gobierno. Con su ironía cáustica e inteligente, se autodefinía como «rata inmunda» por tener contrato fijo, querer conservar su puesto y pretender, en caso de ser despedida, cobrar 45 días de indemnización. Por otra parte, a nadie se le oculta que la doctrina social de la Iglesia no reprueba en absoluto –sino todo lo contrario– la protección de los trabajadores. Así pues ¿avanzan las libertades con esta reforma o retroceden los derechos? No me parece una buena noticia que, en caso de despido, tengas menos ayuda de la magistratura y menos dinero. Y, sin embargo, es lo que hay. En España no hay empleo y urge que se creen empresas y puestos de trabajo. Ésa es la prioridad. Hay cierto sector ideológico –y no me refiero a mi amiga en este punto– que tiene dificultades para hacer las cuentas con la realidad. Es el sector que nació en la Revolución Francesa y que pretendía garantizar por Ley la «felicidad de los hombres». Está bien perseguir la libertad e igualdad de las personas, pero es imposible imponerlas, y si además te empeñas en proporcionar «fraternidad» a golpe de norma, la cosa puede incluso acabar en el gulag: «O eres fraterno (en este punto puede escribirse en lugar de fraterno marxista, fascista o nazi), o te tenemos que reeducar», te decían. Los totalitarismos han tenido siempre un problema con los hechos y cierta tendencia a hacer caridad a palos. Y el realismo nos dicta ahora que no hay dinero para sostener el Estado del Bienestar que conocimos en los ochenta. Nos hemos empobrecido. No podemos pagar. Ponérselo más fácil a las empresas no va garantizar más felicidad a los trabajadores, pero sí más trabajo. Habrá menos seguridad, más libertad y más riesgo. Simplemente. ¿Acaso es mejor el sistema americano que el europeo? ¿Es mejor tener que vivir con estrés toda la vida porque siempre puedes perder tu puesto? ¿Es mejor un sistema en el que te puedes arruinar por tener que afrontar un cáncer? Pues seguramente ambos métodos, el yanqui y el europeo, entrañen ventajas y desventajas. No se es una rata inmunda, María José, por desear la comodidad o temer la dificultad. Pero a veces en la vida la incomodidad se impone y la dificultad aumenta. Nos queda el consuelo de que ni una ni otra determinan la felicidad. La protección da tranquilidad, pero nada más.
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