Rodaje

Pareja por sorpresa por Lluís FERNÁNDEZ

Pareja por sorpresa, por Lluís FERNÁNDEZ
Pareja por sorpresa, por Lluís FERNÁNDEZlarazon

Quién pudo imaginar que el director de comedias desternillantes como «La pantera rosa» (1963) y «La carrera del siglo»(1965) se casaría con la famosísima actriz inglesa Julie Andrews. Este genio del humor, que devolvió a la comedia los viejos gags del «slapstick» del cine mudo, admirado por su capacidad para burlarse con elegancia y grandes dosis de sofisticación de la sociedad norteamericana de los años 60 y 80, una vez arrumbada su etapa de un cine dramático como «Días de vino y rosas» (1962), se casaría con la reina de cine melifluo, la extraordinaria cantante que torturó a numerosas generaciones con las canciones de «Mary Poppins» y las empalagosas melodías de «La familia Tramp».

Parecían el yin y el yang y sin embargo, tanto el matrimonio, que ha durado hasta el día de su muerte, como su colaboración en comedias magistrales («Víctor o Victoria») y dramas sentimentales como «La semilla del tamarindo» (1974) y «Darling Lily» (1970) reconciliaría a los amantes de Edwards con la diva que escondía un gran sentido del humor.

La carrera de Edwards tiene ciertas similitudes con la de Billy Wilder. Ambos compaginaron con idéntico brío los dramas con la comedia, aunque Edwards será recordado como el renovador de la comedia moderna. Diríase que donde acaba Wilder con la disparatada y genial «Un, dos tres» comienza Edwards con «La carrera del siglo», cuyo triunfo convirtió a Tony Curtis y Natalie Wood en megaestrellas de comedia y a Jack Lemmon y Terry-Thomas en geniales precedentes del Inspector Clouseau, inmortal creación de Peter Sellers, su actor fetiche. La interpretación en «El guateque»(1968) del indú que crea el caos en un party hollywoodiense, emparentó al inglés con los grandes del cine mudo. Un papel que preludiaba a Andrews en «¿Víctor o Victoria?» (1982), el personaje que causa involuntariamente la hecatombe y que repetiría hasta agotarlo.

En los años 80, volvió con Dudle Moore interpretando de nuevo al tipo que no da una a derechas desde el momento que ve a Bob Derek con las trencitas rasta, en «10, La mujer perfecta» (1979), o Kim Basinger convertida en un problema público en «Cita a ciegas» (1987), un homenaje a Kate Herpburn en «La fiera de mi niña» y el género «Screwball». Edwards fue además un director que dotó a sus comedia más enloquecidas de un tono sentimental, a veces tan romántico como el de «Desayuno con diamantes» (1961), donde la Hepburn consigue hacernos olvidar que Holly tenía que ser interpretado por Marilyn. Hoy, secuencias como Audrey cantando «Moon River», de Mancini, o mordisqueando un cruasán delante de Tiffany' s son momentos míticos del cine. Sólo por eso, y por el cenital de Andrews cantando «Whistle in the Dark» debiera ser recordado y admirado.