Asia

Elecciones generales

China prepara el cambio de guardia

Mañana arranca el cónclave para renovar a los líderes que dirigirán el rumbo del país en la próxima década

Imagen del presidente Hu Jintao durante el XVII Congreso del Partido Comunista en el año 2007
Imagen del presidente Hu Jintao durante el XVII Congreso del Partido Comunista en el año 2007larazon

PEKÍN- El Partido Comunista Chino es una organización de más de 80 millones de miembros que no tiene página web. Simplemente no necesita una propia, ya que controla todas las demás. A pesar de las reformas económicas y las aperturas sociales de los últimos 30 años, el Partido sigue dominando férreamente todas las esferas de la vida pública. Encabeza por supuesto el Gobierno, pero también impone su criterio en las grandes empresas, la magistratura, el Ejército, las universidades, los medios de comunicación… El país entero está organizado alrededor de su compleja estructura piramidal, dominada en el vértice por tres esferas de poder.

La primera es el Comité Central del Partido, formado por 350 personas que ocupan cargos en gobiernos provinciales, Ejército, ministerios, empresas estatales, instituciones de propaganda, etc. La segunda es el Politburó, en el que ya sólo hay 25 miembros. De entre ellos se escoge a su vez un puñado, cuyo número ha venido oscilando entre siete y nueve, para formar el todopoderoso Comité Permanente. Quienes se sientan alrededor de su mesa manejan realmente los resortes del país.

En un ambiente radicalmente distinto al de las elecciones estadounidenses, mañana China inicia la renovación de esta selecta cúpula en el XVIII Congreso Nacional del Partido, cita que se repite cada cinco años. Durante una semana, y en reuniones en su mayoría a puerta cerrada, más de 2.000 delegados se juntarán en el faraónico Gran Salón del Pueblo, junto a la plaza de Tiananmen, renovarán cargos y dictarán las líneas generales que deberá seguir el país en los años venideros.

El reparto de poder
A los miembros del Comité Permanente se les llama «jiunchangwei» y, como los antiguos emperadores, viven rodeados de burócratas en una ciudadela amurallada, adornada con palacetes, estanques y jardines, situada al sur de la Ciudad Prohibida. Cada uno tiene asignado un número: cuanto más bajo, más mandan. Los tres más importantes coronan la jerarquía y suelen renovar cada diez años. El «primero entre sus iguales», que actualmente ostenta Hu Jintao, está reservado para el Secretario General del Partido quien, meses después de su elección, asume también la presidencia del Gobierno y la jefatura del Ejército. El número dos, hoy en manos de Wu Bangguo, preside la Asamblea Popular (el presunto órgano legislativo). El número tres, que ocupa Wen Jiabao, se encarga de las labores ejecutivas diarias como primer ministro.

El congreso que empieza mañana plantea un cambio de ciclo completo porque no sólo habrá caras nuevas en el Politburó (se espera que sólo dos de sus miembros continúen y el resto se jubilen), sino que además se renovará a sus primeros espadas, los líderes con los que China tendrá que afrontar la próxima década, un periodo decisivo en el proceso de «apertura y reforma» iniciado hace 30 años y en el que muchos economistas creen que el gigante asiático conseguirá superar a EE UU como primera economía mundial si consigue domar las muchas tensiones internas que han surgido por el camino. Para conseguirlo, dentro del Partido se postulan varias facciones y distintas recetas. Ninguna de ellas contempla por ahora algo parecido a la democracia tal y como la entendemos en Occidente.

Las voces más reformistas piden básicamente tres cosas: una mayor liberalización de la economía, restando poder al Estado; una Justicia independiente que permita sentar las bases de un estado de Derecho; y atender a las clases más bajas, especialmente los inmigrantes rurales. De lo que no se habla es de sufragio universal, libertad de prensa o una reforma profunda del modelo político. El modelo de los reformistas, de hecho, no es EE UU o Europa, sino Singapur: una «dictadura de mercado» que encabeza los listados mundiales de libertad económica pero en la que la disidencia es ferozmente perseguida. En definitiva, el sistema al que aspiran es uno en el que el Partido permita todo menos cuestionar su autoridad. Frente a ellos se colocan quienes exigen abrir la mano más despacio y no perder palancas de poder, temiendo que las aperturas conduzcan a una implosión como la de la Unión Soviética.

No está claro en cualquier caso que los diferentes grupos que se disputan los sillones del Comité Permanente estén aglutinados en torno a ideas políticas. De hecho, muchos analistas chinos sostienen que pesan mucho más sus afinidades familiares y las relaciones personales entre ellos. El Congreso no aclarará demasiadas dudas. Sólo con el tiempo, cuando se produzcan o no se produzcan los cambios, sabremos qué ideas se han impuesto entre bambalinas.