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La guerra de dos mundos
Unos son los buenos, su entrenador tiene la barba perfectamente afeitada y, según se ha podido leer en ese periódico por el que nos hicimos periodistas, son tan educados y tan amigos que extraña cuando alguien pone mala cara.
Los otros, en cambio, se llevan mal y hay varios grupos en el vestuario. El entrenador desayuna niños y su presidente es casi ni hace falta decirlo, el culpable de la caída de Lehman Brothers.
Unos, cuando entrenan, sólo se oye el ruido del balón: tac, tac (y eso es poesía, claro). Los otros, en cambio, sólo hablan portugués.
Unos, en fin, son canteranos; de los otros, algunos dudan de que tuvieran infancia.
Hoy no se juega un partido, qué va.
Se enfrentan dos mundos. Los que deciden el relato contra los que quieren cambiarlo. Y los que tan confusos estábamos hace años, tan alejados de esto, queremos hoy que el tiempo corra: el aperitivo con los amigos, la conversación de política, la comida con los padres, la sobremesa, este anochecer otoñal. Que sean las 22:00 ya, que tenemos que encontrarnos con los nuestros, ahora que ya sabemos que siempre fuimos de los otros.
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