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Un recuerdo para Weissenberg por Gonzalo Alonso
Allá por un verano de los primeros setenta vino a almorzar a El Escorial mi compañero del IESE Juan Carlos Zurita. Lo hizo acompañado de dos preciosas y vivarachas hermanas que me presentó como Cristina y María Weissenberg, hijas de Carmen Reparaz y el célebre pianista. Apenas hablamos entonces de su padre. No las volví a ver en largos años, pero nuestras vidas se cruzaron mucho después y tampoco lo hicimos. Cosa rara porque los tres le adorábamos. Al poco de aquel encuentro llegó a mis manos la que aún sigo considerando como grabación prodigiosa: el «Segundo concierto» de Rachmaninov. Lo es por la formidable interpretación de Alexis Weissenberg y Karajan, pero también por la modernísima realización visual, de espectacularidad extrema. Fueron dos artistas que trabajaron juntos mucho y bien, realimentándose de sus tensiones musicales y también personales pues eran muchas las cosas que los unían.
Nada más empezar la década de los ochenta compré con ilusión un doble LP de Weissenberg con Montserrat Caballé en un repertorio integrado por Turina, Montsalvatge y Strauss. Me fue desilusionando pieza a pieza. Los artistas no llegaron a compenetrarse y la grabación resultó fallida. Una pena, pero comprendí años después que nunca pudo haber funcionado la química entre ambos. Él, de una ironía especialmente sutil, era demasiado intelectual y demasiado honesto con la música.
Ya en los últimos ochenta regresó Alexis a mi vida personal. Recuerdo la maldad con la que Alberto Ruiz Gallardón intercambió discos de sus fundas para intentar confundirnos a un par de amigos en una de aquellas veladas que seguro echamos de menos los tres. No lo logró y le discutí que quien tocaba no podía ser Weissenberg, tal y como rezaba la carátula que nos mostraba. Su modo de tocar era inconfundible, paralelo en el piano a Alfredo Kraus en lo vocal. Alberto fue mi primer invitado en la serie de programas «Melómanos» en TVE-1 –¡qué tiempos, música en «prime time»!– y Jesús Aguirre, el segundo. Esta vez fui yo el malvado y el nombre de su amigo Weissenberg me salvó una complicadísima entrevista. Un gran artista. Desde estas breves líneas todo mi apoyo anímico a sus dos hijas, queridas y «viejas» amigas.
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