Francia

Política por José María Marco

La Razón
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Un conocido me cuenta que hace pocos días se acercó a pedir hora para unas pruebas a un hospital público. Es uno de esos lujosos hospitales construidos en los últimos tiempos, recintos con los que dentro de poco nadie sabrá qué hacer porque nadie podrá mantenerlos. Mi conocido se encontró en una gigantesca sala refrigerada a temperatura polar, en la que había dos personas: él mismo y la que daba las citas. Se acercó al mostrador, pero antes de que dirigiera la palabra al encargado, ya este le había dicho que tenía que coger número. Lo cogió y volvió a acercarse, pero entonces el encargado le informó que tendría que esperar a que saliera su número en la pantalla…

Hemos llegado a un punto desquiciado de derroche de recursos. Gran parte de la opinión está de acuerdo en esto: el modelo de Estado construido en los últimos años requiere reformas profundas para que no siga asfixiando la vida española. Así lo indican las encuestas, como la última del CIS, y la dificultad para elaborar una alternativa por parte del PSOE, mantenedor principal –en la propaganda– de este modelo insostenible.

Esta disposición contrasta con los argumentos de los dirigentes políticos, que llevan años hablando de los sacrificios que vamos a tener que hacer. Como la sociedad ya ha hecho muchos de estos sacrificios, cabe preguntarse si los dirigentes políticos no están hablando de sí mismos, de los sacrificios que se tendrán que aplicar a ellos mismos y que pasan, en primer lugar, por una reducción del tamaño del Estado o del Gobierno y, en consecuencia, por una pérdida importante de poder. ¿Qué vamos a hacer –parecen preguntarse– cuando no podamos construir más hospitales –o más museos de arte contemporáneo, o más polideportivos, o más aeropuertos–, o lo que quiera usted poner aquí?

Ante esto, existe la tentación de lanzarse a un discurso economicista o regeneracionista, que preconiza algo así como la liquidación de la política y los políticos. Sin embargo, parece más bien lo contrario: el problema al que se enfrentan los españoles, como el resto de los europeos, es esencialmente político. En España aún más: es político el problema del paro, que depende directamente del poder que se le siga dando al gobierno y a quienes dependen de él; es político el problema de la enseñanza, que depende de la voluntad de reforma del Gobierno; es política la contención de gasto en el Estado de las Autonomías; es política la construcción de una nueva Unión Europea y la necesidad de gestionar con prudencia la alianza con Italia y con Francia. Es política, finalmente, y por naturaleza, la definición de un nuevo instrumento de Gobierno que haga posible la adecuación de España a un mundo global y la vuelta a la prosperidad.