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Pillan a Marina Danko en Venecia con su primo Celso por Jesús Mariñas
Es la ciudad de los enamorados. Supera en mucho a la shakesperiana Verona. De ahí que sea destino constante de parejas enternecidas no siempre cándidas. Propicia los buenos momentos, algún arrebato imprevisto, y la Duquesa de Alba solía retozar allí en tiempos mejores –sigue convaleciente de una inoportuna bronquitis que anuló sus ansias viajeras tan compartidas por Alfonso Díez–, con Jesús Aguirre. Pasaban varios meses de otoño en los que Cayetana Fitz-James aprovechaba para animar su armario con vestidos muy estampados de mejor caída que los actuales, siempre a tono con las medias de rejilla. Todo un estilo, acaso rememorado por Marina Danko, no sé si descubriendo aspectos aún inéditos de la ciudad de los canales, rebosante siempre de parejas, como la formada por la ex señora de Linares con su primo Celso, comandante de Iberia. Les han pillado juntos, y hasta parece que entrelazados y cogiéndose bien para no tropezar, en la Plaza de San Marcos, donde nadie pasa inadvertido en la terraza del carísimo Florián. Primos que no ejercen de tales, semejaban un dúo embobado, o tal me cuentan quienes primero los vieron callejear hasta el puente Rialto, y luego coincidieron en el vuelo que la devolvió a España a las órdenes de su rendido pariente. Me aseguran que en las revistas del miércoles incluirán testimonio gráfico elocuente, o acaso revelador, de cómo este primo, que no va de tal, consuela, alienta y acompaña la soledad de Marina, mientras sus hijos forman piña con Palomo Linares, que no deja de repetir: «¡He visto la luz!». Lo suelta exultante y enigmático, como si estar unido a Marina más de treinta años haya supuesto una pesada carga de la que se siente liberado. Sorprende en una persona tan comedida como él. Celso ya tuvo dos relaciones serias, de las que nacieron tres hijos. La pequeña fue fruto de su pasión por una azafata de la misma polémica compañía aérea, a causa de los bien pagados pero insatisfechos pilotos, siempre torpedeando nuestro ocio con reivindicaciones quizá lógicas, pero inoportunas y arruinadoras.
No lo será el apoyo que Marina encuentra en los suyos en estos momentos. Abundará la melancolía añoradora de mejores tiempos familiares. Lo que antes era una piña está ahora desmembrado, mientras Linares parece emerger poco a poco de un pozo sin fondo. Un misterio que resulta necesario desentrañar, al igual que lo es descubrir por qué Nati Abascal y sus hijos fallaron en el funeral madrileño de su tía Ana Medinaceli, celebrado anteanoche ante el Cristo tan venerado por los madrileños. Algún contrato les habrá privado de compartir el dolor y la pena, pena.
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