Berlín

Cambio de horizonte

La Razón
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Ángela Vallvey se preguntaba en estas páginas por la posibilidad de que caigamos todos, incluidos los países emergentes, a consecuencia de la crisis económica. En realidad, es probable que ya hayamos caído, o, por dejar de lado las metáforas, que la crisis ya nos haya cambiado la vida a todos.
No es un fenómeno nuevo. El siglo XX vivió cambios acelerados en la vida de las personas. Por hablar de España, mis padres se enfrentaron al hundimiento de un mundo todavía liberal y algo democrático y luego a una guerra civil, una dictadura de 40 años y un gigantesco cambio tecnológico, moral y de costumbres a partir de los años 60. Supieron adaptarse, recrear su propia vida, alumbrar fuentes de riqueza y criar a sus hijos. También se quejaban menos de lo que nos solemos quejar nosotros. No se quejaban nunca, más exactamente. Era de mala educación.
Los que hemos venido después hemos visto otros cambios… de lejos. La caída del Muro de Berlín y la salida de millones de personas de la pesadilla del socialismo fue para nosotros un espectáculo, aunque a veces vivido con dramatismo, como lo ha sido la ola integrista en el islam. Parecía que nada de todo eso nos iba a afectar de verdad. Esperábamos, o eso parecía, que los demás se fueran sumando a nuestra forma de vida, como los países se iban sumando a una Unión Europea que acabaría abarcando el mundo entero, con su bienestar garantizado para toda la vida, la perpetua delegación de responsabilidades en el Estado, la secularización, la cada vez más tenue densidad de la vida comunitaria, de la familia, de las naciones, de la sociedad.
No ha sido así. Mientras hubo dinero todo se sostenía, más o menos, pero la crisis que empezó como una crisis financiera en el 2007-2008 se ha convertido ya en un cambio muy profundo, y no sólo en nuestras ideas, sino también en lo que Ortega llamaba nuestras creencias, lo que damos por seguro, por hecho. Estos cambios no se han trasladado todavía a los comportamientos, pero estamos en una mutación que nos exigirá volver a pensar el Estado y su capacidad de intervención. Habremos de pensar nuestras relaciones con los demás, nuestra propia vida, que ya no tiene por delante el perpetuo horizonte de bienestar y progreso que antes dábamos por supuesto. De pronto las cosas, nuestra realidad, nuestra vida depende de nosotros mismos.
Los políticos, que gestionan el presente, no parece que se hayan dado cuenta todavía de la auténtica naturaleza de lo que está ocurriendo y no tienen nada que decir. Hay quien reacciona al vértigo destrozando todo lo que encuentra, como en Inglaterra, y otros (muchísimos) que quieren restaurar el socialismo… Más honda es la percepción de las personas con un sentido trascendente de la vida. Desde esta perspectiva, que no anula otras muchas, la visita del Papa a Madrid puede ser de una inmensa ayuda para entrever el rumbo que tenemos que tomar ante un cambio tan gigantesco.