Bruselas
Rajoy y Europa por Manuel Coma
Las elecciones se ganan por cuestiones de política interior, sobre todo por economía y en las últimas casi en exclusividad, pero en el mundo tremendamente interdependiente de la globalización, las jefaturas de gobierno son máquinas de hacer política exterior, que es el líquido amniótico en el que se desarrolla la vida pública nacional. Con los contactos directos y continuos entre números uno, los ministros de exteriores se han convertido en los hombres de confianza del jefe, con muy poco margen para meter su propia cuchara. En lo que a Europa se refiere, ni siquiera puede hablarse con propiedad de asuntos exteriores. La política propia de más de un ministerio económico consiste en un 90% en lo que se puede conseguir negociando en Bruselas. No hay nada que se resuelva al 100% en Madrid. Los líderes formados en la brega doméstica llegan al poder muy flojitos en la asignatura internacional y los intereses vitales del país requieren que hagan el curso más acelerado e intensivo posible. Rajoy no se aparta de la regla, pero sabemos que le sobra capacidad para hacerlo. Nadie necesita que le expliquen por qué es eso ahora más importante que nunca, cuando siempre lo ha sido mucho. Y en esa línea, una cuestión personal es de la mayor importancia: que se deje de complejos lingüísticos y lleve siempre pegado a un ministro o un jefe de gabinete fluido en inglés o si no para eso están los traductores, pero no puede quedarse sentado revolviendo papeles mientras los líderes forman corro a sus espaldas, haya cámaras o no. Sabemos cuál es ahora la negociación apremiante. Pero alzando la mirada de la deplorable coyuntura económica, Rajoy tiene que recuperar lo que Zapatero perdió y para ello la política de Aznar de introducir en la ecuación europea la más sólida amistad posible con Washington es insustituible. También, tratar de convertirse en el modelo de cómo se sale de la crisis.
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