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Economía sin ideología por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Las primeras y drásticas medidas económicas anunciadas por el ejecutivo de Rajoy han derivado el lógico y previsible debate sobre su idoneidad a terrenos tan estériles como estúpidos: ¿subir los impuestos es de derechas o izquierdas? ¿Se puede advertir en el gobierno del Partido Popular un giro socialdemócrata que vendría a contradecir las máximas defendidas con uñas y dientes durante la campaña electoral? ¿Es posible hablar de traición por parte de Rajoy hacia su electorado? Y en lo que supone un paso todavía más demagógico hacia delante: después de este inesperado incremento del IRPF, ¿puede confiar alguien en un Presidente que, desde el principio, juega al despiste, a la sorpresa mayúscula?

Como ya he expuesto en otras muchas ocasiones, las ideologías y los principios sirven para bien poco. En momentos de dramática crisis como los que vivimos, en los que la principal virtud para sobrevivir en ellos es una enorme agilidad para esquivar obstáculos arrojados súbitamente al camino, lo que menos importa es la naturaleza férrea, inamovible, de unas ideas cuyo principal valor es su capacidad para permanecer inalterables a lo largo del tiempo. A mayor ideología, mayores garantías de fracaso. Así de claro. Lo que toca en estos instantes es aplicar el sentido común: sólo la sensatez nos va a sacar del atolladero en el que nos encontramos. Y, desde este pragmático punto de vista, lo sensato será aplicar, unas veces, procedimientos relacionados tradicionalmente con la socialdemocracia, otras, con el liberalismo, o, por supuesto, con la derecha.

Las soluciones mágicas no son patrimonio de nadie. Se hará lo que haya que hacer y lo que las circunstancias obliguen. Después del periodo más ideológico de la democracia española –cuyas consecuencias son las que son-, lo que menos le hace falta a este país son posiciones enquistadas e inmovilismos discursivos únicamente conducentes al suicidio nacional. Los cambios sistémicos unánimemente reclamados han de comenzar por una reformulación de la adscripción ideológica de las posibles medidas a adoptar; entendiendo por «reformulación» el borrado de tantos y tantos compartimentos estancos que impiden un movimiento ágil por el amplio espectro económico, a fin de determinar cuáles son las acciones más oportunas para cada momento. O ensanchamos nuestras miras, o morimos fulminados por los elementos. No hay más tutía.