India

La emoción de las masas

En verdad, nada tienen que ver los grandes festivales de música pop con las concentraciones religiosas, en particular la multitudinaria ceremonia celebrada en Cuatro Vientos, en la que se calcula que más de un millón y medio de jóvenes peregrinos han participado en la «misa de envío» de Benedicto XVI.

2.000.000 DE ALMAS: La visita de Benedicto XVI reunió en Madrid a los peregrinos más jóvenes
2.000.000 DE ALMAS: La visita de Benedicto XVI reunió en Madrid a los peregrinos más jóveneslarazon

En una sociedad de masas, la fe se mide también por la asistencia a los actos programados. Si la venida del Papa a Madrid para el 15 JMJ apenas hubiera congregado a unos miles de peregrinos no cabe duda de que tanto sus enemigos como sus partidarios lo hubieran considerado un fracaso. Especialmente en su confrontación con las algaradas de los «perroflautas» de la Puerta del Sol, que competían en el imaginario popular en capacidad «espontánea» de concentrar a miles de jóvenes a través de las llamadas redes sociales. Lo cierto es que la visita papal tenía otro fundamento: la reafirmación en Cristo y la propagación de la palabra de Dios. Algo normal en la liturgia religiosa de los católicos, cuya tradición siempre ha sido ecuménica y su afirmación, pública y multitudinaria. En cuanto a los jóvenes, la secularización del mundo moderno ha tratado de manipularlos mediante los clásicos movimientos revolucionarios y, tras la Segunda Guerra Mundial, los conciertos de música pop, que aparecen a partir de los años 60 del pasado siglo como sustitutos pacifistas de la fracasada revolución comunista.

El más multitudinario fue el Festival de Woodstock, «3 Day of Peace & Music», celebrado el 16, 17 y 18 de agosto de 1969, y que concentró 400.000 jóvenes para oír a los ídolos psicodélicos del momento: Jimmy Hendrix, Ravi Shankar, Joe Cocker, The Who y Crosby, Stills, Nash & Young.

Los motivos de aquella magna concentración de jóvenes «en marcha», como cantaba Scott McKenzie en «San Francisco», himno del famoso Verano del Amor de 1967, no era exclusivamente para oír música, sino para protestar contra la guerra de Vietnam y reivindicar una nueva forma de vida contracultural, en la que el amor libre, el ecologismo, la vida en comunas y un nuevo tipo de religiosidad, alejado de las iglesias establecidas, jugaba un papel seminal. La espiritualidad New Age.

La contracultura, basada en el rechazo de la cultura establecida y el consumo de drogas psicodélicas, tenía de oficiantes a una pléyade de cantantes mesiánicos y numeroso gurús sacamuelas importados de la India.

Por primera vez, en aquellos festivales de rock se confundían los límites entre lo público y lo privado mediante la unión de música, drogas, delirio masivo, sexo, misticismo y comunión, al modo de los rituales colectivos primitivos. Pero su origen profano, opuesto al catolicismo, se encuentra en las fiestas revolucionarias francesas al Ser Supremo y a la Diosa Razón y su continuación en la idea del teatro total wagneriano.

Lo que las hizo distintas fue la multitud congregada espontáneamente y la comunión con los numerosos cantantes y grupos mesiánicos de rock que se erigían en líderes carismáticos y suministraban la ideología contracultural a un público adolescente en estado de trance alucinatorio inducido por las nuevas drogas y la amplificación del sonido, que aumentaba la comunión estática con la masa, el deseo de perderse en ella hasta confundirse con el ritmo de la música rock.

Sin pretenderlo, los ecos vanguardistas totalitarios de antaño se escuchaban en cada uno de estos grandes acontecimientos masivos de rock, que continuaron al Verano del Amor por todo el mundo. Festivales como el de la Isla de Wight, en el que se disolvía el individuo como parte del espectáculo total, como soñara Antonin Artaud con su «teatro de la crueldad».

«El teatro –escribía Artaud– debe convertirse en equivalente de la vida: no una vida individual, ese aspecto individual de la vida en que triunfan los personajes, sino el tipo de la vida liberada que barre la individualidad humana». Justamente lo contrario del sacramento de la comunión en la Iglesia católica, en donde priman la individualidad humana y la libertad del creyente para unirse voluntariamente al cuerpo de Cristo mediante la fe. Lo contrario pertenece al «pensamiento mágico» primitivo y prerracional. Como ha escrito Esperanza Aguirre: «La igualdad, la dignidad, la libertad, los ha traído el cristianismo. Que no crean que los ha traído Karl Marx».