Conciertos
Dejad que los niños se acerquen a Dylan
Le estaban esperando. Estaban allí para verle, y no por un mero accidente de la programación del Festival de Benicàssim. Bob Dylan empezó sin saludar, con traje de lino de espartanas hechuras y sombrero blanco pero no de cowboy, sino de paseante.
La ovación fue discreta, él prefirió pasarla por alto. Un poco huraño, podría parecerle a alguno, se sentó al teclado. El festival había cambiado su cara. Alguna familia, niños pequeños en las afueras de la explanada del gran escenario. Gente que subía la media de edad, incluso políticos locales en el backstage. El FIB estaba preparado para vivir una jornada histórica y se notaba por la nutrida afluencia de seguidores de Dylan con entrada sólo para este día. A pesar de todo, casi la mitad del recinto estaba sin ocupar.
Himnos desdeñados
Y entonces apareció, y de su garganta cascada fueron saliendo los himnos que casi parece que desdeña y por eso transforma en canciones irreconocibles. Comienza al piano, se pone de pie para interpretar «Things have changed» en un tono entre swing y rockabilly mientras sigue el ritmo con sus botas altas, estas sí, de vaquero, y casi empieza a aulllar. La respuesta del público a los temas no pasa de templada.
Enseguida sacó Dylan la armónica del bolsillo de su camisa y ese simple gesto ya se merece una ovación. Ni una sola palabra al público. Su voz parece que va a quebrarse en cualquier momento. Para muchos fue una experiencia desconcertante. Entre el público se ven las caras de extrañeza. Los no avisados esperaban una actuación como el resto de bandas de pop, que ejecutan sus discos como si se tratara de una autoimitación. Pero no es el caso de Dylan, que serenamente maltrata su cancionero si es necesario.
Y así fueron cayendo «Simple Twist of Fate» y «Highway 61 Revisited» ejecutadas con grandes dosis de emoción por la banda. Especialmente inspirado estuvo Charlie Sexton a la guitarra solista y Tony Garnier al contrabajo, aunque todos ejecutan conscientemente su papel. Dylan, entretanto, aparecía lejano y, como es costumbre, había vetado los primeros planos de las cámaras que retransmiten el concierto por las pantallas del escenario. Su figura, pequeña y fantasmal, ganaba misterio y su voz, al límite, obligaba saltarse algún verso de «Tangled Up In Blue». Guardó para el final «Like a Rolling Stone» y todo el mundo la coreó. Fue el momento álgido y dejó a muchos, que esperaban «Blowin' In The Wind» con un palmo de narices.
Dylan se empleó a fondo en los tiempos medios, toda la segunda mitad del concierto, sin reparar en que el público del FIB pedía más ritmo. Él ya no está para atender peticiones del respetable, sino para hacer su concierto en el filo. Santificó a los presentes, aunque hubo quien se marchó sin haber entendido gran cosa. Los que se quedaron, supieron apreciarlo. Si esto no es rock and roll, ¿qué es rock and roll?
Uno de los grandes beneficiados por la actuación de Dylan fue su predecesor en el escenario principal, Miles Kane, otro de esos artistas tan jóvenes y con tanto talento que fastidia verles. En cambio, algo perjudicados por la presencia de Dylan, el grupo revelación del año, Django Django, dio un gran concierto para una abundante minoría. Muchos les encuadran entre la vanguardia, pero en el fondo, sólo hacen una lectura del rock de los sesenta.
Batiburrillo de estilos
Por lo demás, la primera jornada del Festival de Benicàssim arrancó el día anterior capeando el temporal, padeciendo en carne propia los temidos recortes, vaya hombre, aquí también. A la baja ya conocida de Florence & The Machine, se sumó a última hora otra de las actuaciones destacadas de la jornada, la de Bat For Lashes, que suspendieron en el último momento debido a una avería del autobús con el que se transportan para esta gira. Mal día para las divas del pop femenino. Al rescate (otro término de moda) acudieron unos The Horrors en estado de gracia. Los de Tim Cowan se crecieron ante la adversidad y dieron un puñetazo en la mesa cuando hay que hacerlo, en las grandes citas. A pesar de los pesares, se salvaron los muebles, aunque la afluencia de público parecía menor de la esperada.
El pop deliciosamente ruidista de los londinenses encendió la zona de honor del FIB, a partir de texturas y atmósferas pegajosas. Cowan, de alargada y pálida figura, demostró actitud y no sólo por llevar chupa de cuero en el mes de julio. «Sois un público fantástico», dijo Faris Badwan en inglés. «Me siento como en casa», añadió, no en vano, ante un 65 por ciento de británicos, es decir, decenas de miles. Y el quinteto fue desgranando buena parte de los temas del «Primary Colours», el disco que les hizo célebres; pero el punto álgido llegó con «Still Life», tema de su último álbum, y con el cierre de «Moving Further Away», también de su álbum «Skying». Para su segundo álbum de estudio, The Horrors fueron apadrinados por Geoff Barrow (Portishead) en la producción. Al FIB llegaron con la intención de deshacerse del sambenito de banda prefabricada que les colocaron en sus inicios, por ser demasiado jóvenes para ser tan buenos músicos. La mejor manera de desmentir esos rumores es con un gran directo. La lástima es que, debido a la cancelación de Florence & The Machine, los «fibers» se perdieron el dueto que suelen marcarse cuando coinciden en algún evento los cantantes de ambas bandas.
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