España

La clave: Aprojimarse por Luis Emilio PASCUAL

La Razón
La RazónLa Razón

«¡Quiero ser feliz!». ¿Quién no se ha expresado así en alguna ocasión? Todos deseamos encontrar la felicidad, vivir más y mejor. Algunos hoy confundirán felicidad con estar contentos porque España será «campeona del mundo». La liturgia de hoy nos da la clave para, en adelante, no equivocarnos más.¿Quién es mi prójimo?, van a preguntarse muchos cristianos que acudan hoy a la Eucaristía dominical. Y se equivocarán de pregunta. ¿Por qué no volver del revés la pregunta -como Jesús- y preguntarme quién se ha portado como prójimo mío en la vida? Todos, con seguridad, podríamos hablar de alguien. Sería cuestión de repasar la propia biografía, y recordar qué personas y en qué circunstancias «se han acercado a mí», y me han sanado con su palabra, con su ayuda moral o económica, con su comprensión, con su acogida. Entonces, como un eco, resonará la palabra de Jesús al letrado: «Haz tú lo mismo». Es dejarse querer, para tener un punto de referencia. Si nunca nadie te hubiera querido, ¿cómo podrías querer? ¿Cómo no crecerán egoístas e insolidarios aquellos que sólo recibieron desprecio, abandono, o exigencia, aquellos premiados si eran rentables y castigados si no lo eran? Hablan los psicólogos de la inmadurez fruto de la falta de amor verdadero en la niñez. Por las calles de nuestras ciudades encontramos personas sin nombre que tienden su mano a los que pasan por su lado; les damos unas monedas y continuamos nuestro camino. Creemos haber cumplido así con el precepto de la caridad. Sin embargo, la caridad no consiste en «dar» sino en «darse». El samaritano, que curiosamente era un adversario político-religioso, se detuvo, se acercó y actuó: vendó las heridas al herido, lo llevó a la posada y lo cuidó; se involucró. Estos verbos son de acción y de cercanía. Según la parábola evangélica la caridad no consiste en dar poco o mucho, se trata de «ver», «acercarse» y «actuar». En nuestras calles y plazas hay muchos malheridos por el hambre, la injusticia, el odio, la droga o la violencia. ¡Cuántas personas destrozadas en su interior, marginadas, frustradas! El samaritano «hizo lo que pudo y supo», pero lo hizo: se «aprojimó». Con su actitud nos invita: «Haz tú lo mismo».Jesucristo -«imagen de Dios invisible… que reconcilia consigo todos los seres»- hoy, ayer, y siempre «como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza». ¿Has conocido a Jesús como prójimo? ¿Ha sido samaritano contigo? «Pues anda, y haz tú lo mismo». Quien quiera plenitud de vida -felicidad auténtica- la alcanzará sólo si se acerca, se «aprojima», al hombre que sufre, como el samaritano. Es la paradoja: para tener vida hay que darla. ¡Anda -amigo lector que buscas ser feliz-ve y haz tú lo mismo!