Jubilación

Cambio radical

La Razón
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Dicen que los jóvenes son la esperanza, el aire fresco, la ilusión… Sin embargo, los de hoy se encuentran presos entre el temor a un futuro que no alberga más que incertidumbre y el pánico a un presente en el que hay que ser un privilegiado para conseguir ser autosuficiente. ¿Qué les queda entonces, tras cargarse de másters diversos e ir acumulando certificaciones de estudios de postgrado? Sencillamente, irse. En los años sesenta se marchaban los jóvenes poco preparados… Ahora se van los más competentes. Los de antaño lo hacían pesarosos porque abandonaban a sus mayores desconociendo cuál sería su suerte… Los de hoy se van sabiendo que, según las estadísticas, ellos no alcanzarán la de sus progenitores y serán, por primera vez, guerras aparte, la primera generación que viva peor que la anterior. En sus maletas llevan miedos distintos a los de antaño, porque están más formados e incluso tienen, como mínimo, nociones básicas de la lengua del país al que van, pero son miedos más poderosos que nacen del intuir que es posible que, ni marchándose, puedan encontrar el camino. Allende nuestras fronteras, lejos de sus familias y amigos, en inhóspitos paisajes laborales, no serán más valorados, no ganarán más dinero y es posible que ni siquiera consigan trabajar en aquello para lo que han estudiado. Los optimistas dicen que se avecina un imprescindible cambio radical, en este mundo ya global donde los problemas no se resuelven ni poniéndolos en común o cambiándose de ciudad, país o continente; los pesimistas aseguran que el mundo está acabado. Por mi salud mental, y sobre todo porque soy madre, me sitúo sin dudar, en el primer apartado.