Crítica de libros

Donde acaba el viento

La Razón
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Con la edad que tengo creo llegado el momento de reflexionar sobre la conveniencia de elegir bien mis decisiones, prescindiendo de hacerme ilusiones sobre que pueda recordarlas dentro de mucho tiempo. Podría decirse que hasta aquí he vivido de mis expectativas y que de ahora en adelante lo razonable será vivir de mis recuerdos. Todo ha ido demasiado rápido y ahora resulta que los de mi generación nunca más pasaremos en la discoteca tanto tiempo como el que nos veamos obligados a pasar en el ambulatorio. El entusiasmo es bueno cuando eres un muchacho, pero a cierta edad el entusiasmo se llama emociones y las emociones que tal vez aún te pide el cuerpo te las prohíbe sin remedio el médico. Desde hace una temporada siento que lo que sólo eran recuerdos se van convirtiendo lentamente en remordimientos. Me redimen apenas unas cuantas pinceladas de sensatez y ese puñado de detalles altruistas que nunca faltan cuando eres joven e incluso crees posible obtener beneficios de amasar bien la miseria. Poca cosa, desde luego. No es mucho en el inventario general de una vida relativamente larga. Tengo la decepcionante sensación de haberme incorporado al sorteo cuando ya todos los premios estaban dados. A la vista de los resultados obtenidos me pregunto en qué mierda de asuntos he empleado tanto tiempo. Los míos no dicen nada al respecto, no, no lo dicen, pero yo sé que esperaban algo más de mí, aunque sólo fuese porque incluso cualquier cadáver hace más espuma al batir la marea en él. La última vez que me senté a cenar en un restaurante me asaltó la sospecha de que el maitre me pasaría la cuenta antes de cenar por temor a que me fulminase un infarto sin haber pagado. A los tipos de mi edad en los bancos sólo les dan un préstamo en el caso de que demuestren no necesitarlo. Todo son dudas e incertidumbre.

Ya no me interesan las mujeres jóvenes. Desconfío de cómo me observan. Sé que al mirarme a la cara ya no me preguntarían qué pienso, sino qué me duele. No era así en los buenos tiempos, en el momento en el que todo en el monte estaba por arder y los pájaros estrenaban el aire y las plumas, cuando éramos tan jóvenes, ¿recuerdas, muchacho?, cuando éramos tan jóvenes que cada vez que ahora echamos la vista atrás incluso nos parece haber estado sentados en la arena la primera vez que llegó a la costa el mar. Ahora somos apenas la borra que queda de aquello, el insatisfactorio remanente de una vida por tantos motivos decepcionante. De las salubres brisas de la juventud ya sólo somos, muchacho, los desperdicios que al amainar la tormenta quedan boca abajo donde acaba el viento.