Literatura

París

OPINIÓN: Surrealismo a la deriva

La Razón
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Nació en 1923, destacó en el panorama cultural de Madrid muy pronto, en 1942, cuando fundó el movimiento Postista con Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, pero no fue hasta los años 70 –cuando se publican tres antologías de grandes estudiosos– que la poesía del gaditano Carlos Edmundo de Ory empezó a ser conocida. En parte por su raigambre experimentalista, que lo alejaba de las tendencias dominantes, como la poesía social, y en parte porque ya en 1952 se trasladó a París, para instalarse en Amiens. Muere, pues, una «rara avis» de la poesía española, un vanguardista de raza que desde su exilio francés se mantuvo unido y separado a la vez del ambiente literario que lo vio nacer. Hijo del poeta Eduardo de Ory, que fue amigo de Villaespesa y Darío, el joven Carlos Edmundo ingresó en la Escuela de Náutica, aunque abandonó sus estudios al estallar la Guerra Civil.
Ya en Madrid, se ganó la vida como bibliotecario, impulsó las revistas «Postismo» y «La Cerbatana» y publicó varios libros en los cuarenta: «Sombras y pájaros», «Canciones amargas» y «Versos de pronto», fue redactor de «El Correo Literario» y creó, en colaboración con Darío Suro, en 1951, el «manifiesto introrrealista», donde defendía una poesía que naciera del interior del ser humano y respondiera con la escritura al estado de ánimo y subconsciente. Ory se busca y se encuentra en esa deriva casi surrealista, y busca ampliar fronteras. Visita Marruecos e Italia y ejerce de profesor en Perú, en los años 1957-58. Más tarde publica «Los sonetos» (1963), funda en 1968 el Atelier de Poésie Ouverte, desde el ideal de una poesía colectivizada que llegue a un público mayoritario, y no sólo responde a la llamada poética, sino que se adentra en la prosa con un «Diario» (1975) o la novela «Mephiboseph en Onou, diario de un loco» (1973). Un escritor inclasificable, hoy clasificado entre los poetas difuntos del vanguardismo del siglo XX más tardío.