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La semana de Martín Prieto: La pasión etarra

ETA ha decidido no matar. Eso está bien, pero ¿se debe a algo? Si a cambio van a pedir una factura, que sea Rodríguez Zapatero, el actual presidente del Gobierno, quien la pague. Los muertos no tienen ninguna deuda

ETA dijo que dejaba de matar, pero lo hizo con las caras y las manos tapadas. Cambian las palabras, pero no los gestos
ETA dijo que dejaba de matar, pero lo hizo con las caras y las manos tapadas. Cambian las palabras, pero no los gestoslarazon

En una habitación del Hotel Ercilla de Bilbao durante la campaña electoral de 1982, Felipe me preguntó: «¿Qué te parece si empezamos a matarlos?». Contra lo que suponen sus simpatizantes, el PSOE no llegó al poder ofreciendo una vara de nardo a los etarras, sino con el mismo error de apreciación de la carga de la Brigada Ligera en Balaklava. Convencidos de que el déficit democrático de la UCD había impedido dar a ETA un tratamiento de choque acabaron metiendo a la gente en cal viva y asesinando a un objetor de conciencia al servicio militar. Pasada esa primitiva sed de sangre, comenzaron unas interminables y nunca interrumpidas negociaciones, entre el amor y el odio, que continúan en nuestros días.

El Partido Popular, durante sus ocho años de Gobierno, no se contagió de esta pasión impúdica. Es cierto que ETA mandó una señal a Aznar, al que no mataron por un par de centímetros, y éste, responsablemente, aceptó escuchar. En rueda de prensa, sin secretismos, anunció el envite y por prudencia o «lapsus linguae» llamó a Euskadi Ta Askatasuna (ETA) «Movimiento Nacional de Liberación Vasco», lo que no supone ningún entreguismo pero que los socialistas recuerdan «ad nausean» como si ello justificara las obscenas negociaciones auspiciadas por Zapatero. Enviados de La Moncloa fueron a Ginebra, los de la capucha plantearon aspiraciones políticas, y no hubo más. Aznar y Mayor Oreja, que nunca mandaron matar a nadie, resistieron las terribles presiones de Miguel Ángel Blanco y Ortega Lara. La política antiterrorista del Partido Popular siempre ha sido muy clara.
Felipe González fue bipolar y extremado con el terrorismo, pasando de los GAL a las conversaciones de Argel, ópera bufa en la que le tocó el papel de cornudo creyendo que podría repetir la recuperación de ETA político-militar por Adolfo Suárez. Ante el independentismo cerril de los etarras, Felipe se cabreó y mandó un avión militar para llevárselos a la República Dominicana. Como España es una portería, se enteró el juez Garzón y ordenó que el aparato aterrizara en Manises. Corcuera le imploró telefónicamente para que el Gobierno mantuviera abierto ese contacto. Política de vodeville. Zapatero abrazó apasionadamente la negociación con ETA desde que se instaló en Madrid como responsable del PSOE. Llegar a un acuerdo con ETA es un objetivo prioritario y como le molestaban las víctimas puso a Peces Barba de cabestro para que las pastoreara infructuosamente. Pidió permiso al Congreso para darle cuerpo al diálogo, y mintió cuando tras la T-4 dio por rotos los contactos. Eguiguren, jefe del socialismo vasco, tiene tal síndrome de Estocolmo que ya no sabe si trabaja para ETA o para España.

En busca del Nobel
Zapatero ha llegado a lo que en otra época sería traición y felonía: ha liberado truculentos asesinos en serie, repartido beneficios penitenciarios incomprensibles, ha tirado de las riendas policiales hasta el canto del faisán, y, lo peor, ha torcido el brazo de muchos magistrados para que ETA entre en las instituciones y pueda tener grupo parlamentario propio tras las elecciones en ciernes. Cierto que el Nobel se lo dan a cualquiera, y así los tiralevitas de Zapatero llegaron a convencerle de que si ETA se rendía, aunque fuera en falso, lo obtendría.

La de domeñar al terror es una pasión socialista tan inútil como disparatada que nos deja la astracanada espiritista de San Sebastián con las víctimas en calidad de daños colaterales del último conflicto armado que se da en Europa. El nivel intelectual de la dirección etarra y el radicalismo abertzale siempre han sido cochambrosos y sólo dan para el gatuperio de una independencia unilateral como en Kosovo o un intento en la ONU como los palestinos. ETA decide no matar, está bien: ¿se debe a algo? Si hay que pagar alguna factura por tanta generosidad, que la pague Zapatero. Ya todas las cosas son un poco tarde.



El personaje de la semana
Patxi López
La madre de Joseba Pagazaurtundua, socialista asesinado por ETA, le dijo a López en la puerta de un hotel delante de testigos: «Patxi; harás y dirás cosas que nos helarán la sangre». Patxi debió de estimar que, siendo hijo del histórico y querido socialista Lalo López Albizu, no merecía la pena estudiar y entró directamente en el funcionariado del PSE. Zapatero le utilizó para desbancar a Nicolás Redondo, hijo de otro mito del socialismo vasco, que tiene el defecto de comprender a las víctimas del terrorismo. Durante el «Festival Internacional de Donosti», Patxi se fue a Nueva York, no se sabe a qué, y desde allí hizo declaraciones de que sí pero que no, que a la Parrala le gusta el vino. Su partido, que es gubernamental en Euskadi y en España, participaba del esperpento, pero como lehendakari prefirió verlo todo desde Manhattan. A eso se le llama en teatro «distanciamiento brechtiano». Su notoriedad esta semana se la da su astuta ausencia. Este hombre tiene posibilidades de dirigir el PSOE, y es verdad que hace y dice cosas que hielan la sangre.