Escritores
El desencanto
Los que nos sentimos orgullosos de ser españoles, amamos a España y confiamos en su futuro, sufrimos un duro varapalo en el último día del año. No de este año, escalofriante, que ha muerto. El tortazo en el cogote nos lo proporciona la Nochevieja. En mi familia hemos vuelto al pasado y las campanadas de las doce son de chapuza casera. De esta manera conseguimos dos buenos propósitos. No conectar con ninguna cadena de televisión y espaciar las campanadas cómodamente para que nadie se ahogue o atragante con las uvas. Inmediatamente después nos felicitamos por haber superado un año más, tomamos una copa, y nos abrazamos al sobre, mientras pensamos en los millones de personas que se mueven de un lado al otro con unas castañas de órdago a la grande, matasuegras, serpentinas, cucuruchos y explosiones de cohetes. Como decía Herb Ludweinsteiger, una nevada es un espectáculo maravilloso siempre que se disfrute desde la ventana de un salón con chimenea y la nieve caiga sobre otros.
El paso del año que muere al año que nace es una tontería obligada, una norma establecida desde la falta de naturalidad. Recomiendo los doce choques entre dos cacerolas para el futuro. Proporcionan una tranquilidad y una armonía insuperables. He repasado con una cierta dentera la relación de protagonistas de los programas especiales de fin de año en las diferentes cadenas de televisión. Y el repaso ha engrandecido y afirmado mi amor por las cacerolas y sus campanadas caseras. Pues todo eso. La Pantoja, Kiko Rivera, Sobera, Igartiburu, Mota, Wyoming y una chica que se llama Usun Yoon. Con lo bien que estarían todos ellos en sus casas tomándose las uvas a golpes de cacerolas. Wyoming, según las fotografías publicadas en los periódicos, apareció de luto por el reciente fallecimiento del coreano. Le envío desde aquí mi más sentido pésame.
Pero no se puede confiar en una sociedad que recibe en sus casas al año nuevo con tan elementales fórmulas y archigastados anfitriones. Y vuelvo a la sabiduría de Herb Ludweinsteiger, el agudo sociólogo austriaco autor de la imprescindible obra «Disfrutar con las tonterías del prójimo» (Editorial Künersborg, Salzburgo, 1988). «La ficticia alegría del 31 de diciembre es una enfermedad contagiosa de imposible curación». El cotillón, versión española del «reveillon» francés, reúne en todas sus versiones la síntesis de la memez humana. Está bien para los niños, como todo lo que se celebra en la Navidad –¿qué és la Navidad sino el Nacimiento de un Niño?–, pero es harto humillante para los adultos, por inteligentes que sean en sus vidas públicas y privadas.
Frases hechas como «feliz entrada y salida», «hasta el año que viene» o la del primer encuentro posterior a las doce campanadas «¡Hombre, llevamos un año sin vernos!» no hacen otra cosa que empeorar la situación. No obstante, este año se han reducido considerablemente los mensajes a través de los teléfonos móviles, que alcanzaron, años atrás, cotas de estupidez insoportables. Se recibían mensajes cariñosos de gentes desconocidas. «Que la paz y el trabajo te acompañen durante el próximo año y que el triunfo no se separe de tu persona. Te lo deseamos de corazón Angelines, Luis Manuel, Tolola y Pedro Arturo». Aprovecho este espacio para agradecer de corazón a Angelines, Luis Manuel, Tolola y Pedro Arturo que me hayan borrado de su memoria y reducido, a mi costa, su círculo de amistades. No he tenido noticias de ellos.
En el norte, amaneció el día primero del año 2012, cálido y esplendoroso. Se resignaba la neblina y aparecían sus paisajes. Eran las diez de la mañana cuando todo parecía dormido, exceptuando al sol y los verdes enfrentados de la lengua húmeda de España. Día 1 de enero en mangas de camisa, con los bosques detenidos, las playas deshabitadas y la mar rompiente y decidida. Desde lo alto, poco a poco se apreciaba la recuperación de los ritmos de la vida. Los que habían visto a la Pantoja y Paquirrín abrían los ventanales de sus casonas y caseríos cumplido el mediodía. Todo igual. Lástima de inteligencia herida. Bofetada al buen gusto. Como sigamos así, no salimos de ésta.
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