ISAF

Diez años de terror en Afganistán

El aniversario del comienzo de la guerra deja al descubierto la devastación del país, sumido en el caos y la pobreza

La imagen de niños vagando por las calles afganas es demasiado frecuente. La ONU calcula que hay 600.000 menores que no pueden ir a la escuela
La imagen de niños vagando por las calles afganas es demasiado frecuente. La ONU calcula que hay 600.000 menores que no pueden ir a la escuelalarazon

ISLAMABAD- Cuando se cumple el décimo aniversario de la guerra, con la mirada puesta en el calendario de retirada de las tropas extranjeras que concluirá en 2014, los afganos tienen que hacer frente a nuevos desafíos que nada tienen que ver con la insurgencia, los atentados suicidas o el conflicto armado. Desde 2001, la comunidad internacional ha donado unos 23.000 millones de dólares en ayuda al desarrollo a las arcas del Estado afgano, pero más del sesenta por ciento del país carece de agua potable para consumo humano. El dato es tan alarmante que Kabul, con cinco millones de habitantes, podría quedarse sin agua potable en una década.

Sin embargo, el Gobierno afgano permanece indiferente ante esta realidad que se cobra miles de vidas al año. La principal causa de la contaminación del agua es la cantidad de toneladas de basura que se tiran de forma incontrolada a los lagos y ríos. Esa misma agua es la que sale de las fuentes de la capital y de la que beben millones de personas.

Miles de niños enferman por el agua y centenares de ellos mueren cada año por falta de tratamiento médico. El hospital infantil Indira Gandhi es quizás el recordatorio más triste de esta oscura realidad. La Sanidad afgana carece de todo menos de enfermos y médicos resignados que miran impotentes cómo sus pacientes agonizan a la espera de unos medicamentos que nunca llegan.

En Afganistán, el acceso a los hospitales es totalmente gratuito, pero deben ser las familias las que adquieran las medicinas para que los médicos puedan tratar a sus hijos. En un país donde el 70 por ciento de la población sobrevive con menos de cuatro dólares diarios les es imposible invertir parte de ese dinero en comprar medicinas. Por eso, los datos sobre mortalidad infantil en Afganistán hielan la sangre: 150 de cada mil niños mueren antes de cumplir los cinco años y a los que sobreviven no les espera un futuro mejor.

Las calles de Kabul están abarrotadas de niños harapientos y mal alimentados que asaltan a conductores y viandantes con un bote de hojalata agujereado y les rocían con humo de incienso a cambio de un par de euros al día. Naciones Unidas calcula que en Afganistán hay más de 600.000 niños de la calle que no tienen la posibilidad de ir a la escuela porque sus familias necesitan sus ingresos. Esta situación deja en papel mojado cualquier excusa de por qué el dinero de los países donantes se destina a la maquinaria de guerra y no a la educación de los menores que vagan por las calles de Kabul o de cualquier otra remota ciudad del país. Otra de las preocupaciones de los civiles son los Artefactos Explosivos Improvisados (IED).

La ocupación soviética dejó diez millones de minas diseminadas en Afganistán y los talibanes han plantado más de 20.000 IED en los últimos cinco años, según Afghan Right Monitor. Estas bombas artesanales son los asesinos silenciosos de Afganistán, y representan la mayor amenaza para la población ya que siguen matando y mutilando a civiles durante generaciones.
Si las minas antipersona fueron el legado de muerte que dejaron los soviéticos en 1989, los IED serán la herencia que dejarán los insurgentes a las futuras generaciones cuando se retiren las tropas de la OTAN de Afganistán en 2014.

Al oscuro panorama de Afganistán se suman los oasis del opio. Auténticos vergeles de amapolas brotan en los campos de las conflictivas provincias sureñas del país. Helmand está considerada como la mayor fábrica de opio de Afganistán, especialmente el distrito de Musa Qa'lah, donde los granjeros dedican tres partes de su tierra a plantar adormidera mientras la restante la destinan al trigo.

Según un informe de la DEA (Agencia Antidroga de Estados Unidos), los beneficios que sacan los talibanes por la venta de opio rondan los dos millones de dólares anuales.


Karzai rompe con los talibanes
De un portazo, el presidente afgano Hamid Karzai cerró la puerta ayer a las negociaciones con los talibanes. El artífice de la iniciativa de paz en Afganistán, que contó con el aval de Estados Unidos, ha visto frustradas las esperanzas de llegar a un acuerdo con los insurgentes, que han mostrado su reticencia a apoyar la reconciliación nacional. El reciente asesinato del ex presidente y jefe del Alto Consejo de Paz, Burhanudín Rabbani, en un atentado suicida el pasado 20 de septiembre ha sido la gota que ha colmado el vaso. Todos los esfuerzos conseguidos hasta el momento han caído en saco roto. Atrapado en un callejón sin salida después de cuestionar el diálogo con los insurgentes, Karzai ha decidido, a partir de ahora, centrar sus esfuerzos en la negociación con su vecino Pakistán, donde se sospecha que se refugia la cúpula talibán. En declaraciones al canal Tolo TV, el mandatario afgano afirmó que «no sabemos dónde está el Consejo talibán. ¿Dónde está? Alguien viene en su nombre y mata, y ellos ni lo confirman ni lo niegan. No podemos hablar con nadie más que con Pakistán». Una opinión que también comparten expertos paquistaníes. En declaraciones a LA RAZÓN, el analista en defensa, Imtiaz Gul, afirmó que el principal problema es que el talibán «es un grupo más amplio que se extiende desde Afganistán a Pakistán y cuenta, además, con otros aliados». Por ello, insistió Gul, «es imposible la negociación».