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El apocalipsis no es para tanto por Lluis Fernández
La primera buena noticia del 2012 es que Zapatero ya no está. ¡Uf! Ni se le espera. La segunda, que con su marcha se esfuman desde las ministras de cuota hasta la política como espectáculo. El famoso «Nivel Maribel», característica del zapaterismo pop: intrascendente, superficial y descarado, pero tan dañino que nos ha dejado sentados al borde del Apocalipsis con los pies colgando. Pudiera pensarse que librase de bibianas y aídos y leires y pajines es cosa baladí, pero no es cierto, las cuatro juntas eran peores que los mismos jinetes del Apocalipsis. ¿Por qué? Sencillo, porque el daño que causan los políticos friquis es directamente proporcional al estado de indiferencia y desesperación en el que sumen a los ciudadanos. Digan lo que digan, lo peor nunca puede ser lo mejor, excepto cuando se habla de la caspa, que es el grado cero de la incompetencia política convertida en espectáculo de masas zombis. Ahora viene una época de vacas flacas, no apta para optimistas antropológicos. En circunstancias parecidas a las que vivimos, siempre prospera el pensamiento mágico. Cualquier creencia, por abstrusa o delirante que parezca, encontrará el terreno abonado para florecer. ¿No hemos creído en unos políticos que mentían incluso cuando decían la verdad?
Ahí está el calendario maya, que vaticinó el fin del mundo para el 21 de diciembre de 2012, para confirmar que la catástrofe está cerca. Lo ratificó Roland Emmerich, gurú especializado en películas de catástrofes, si son climáticas mejor que mejor, en «2012», una cinta sobre el Apocalipsis terrenal. El sol está que arde, la tierra parece un cuerpo vivo en estado alterado de conciencia y la gente comienza a percatarse de que el calor puede acabar achicharrando el planeta entero. Ante una perspectiva tan negra parece lógico que las personas busquen consuelo en la religiones alternativas, donde la profecías esotéricas proliferan cifradas en esos nuevos códigos que son los «best-sellers» de realismo fantástico y de intriga esotérica. Lo lleva la espiritualidad «new age», tan propensa a creer lo increíble. Las crisis económicas ocultan su verdadera dimensión: la crisis moral y espiritual implícitas. Ante la imposibilidad de volver atrás y buscar las causas del declive de nuestras democracias, las masas asustadas se ponen trascendentes y ¿dónde van a caer? En el milenarismo apocalíptico.
Hoy tienen más predicamento fantasías como las que narra Emmerich sobre el fin del mundo, afines a las tesis de los calentólogos, –a su vez, versión posmoderna del infierno–, que la reflexión ponderada o el consuelo basado en la caridad de las religiones establecidas. El calentamiento político y moral no es sólo una cuestión económica, sino de cambio tecnológico y, muy en particular, de la nefasta influencia que tienen los líderes carismáticos en las democracias opulentas. Zapatero, por ejemplo,es el castigo merecido a nuestra negligencia. Lo malo es que cada nuevo año lleva implícita una lista de propósitos de enmienda: dejar de fumar, ir al gimnasio, ponerse a dieta, encontrar el amor o comenzar una nueva vida sin las ataduras del pasado. ¿Alguien las cumple? Ni por asomo.
El camino de la virtud está empedrado de buenas intenciones. La buena noticia es que el nuevo gobierno tiene las mejores intenciones para 2012. La mala es que no se sabe si se quedarán por el camino y el 22 de diciembre nos pillará por sorpresa el Apocalipsis maya.
Lluis Fernández
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