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Idolatrías y fetiches por Soldado Ryan

La Razón
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Descubrí a Charles Péguy cuando en la Academia Militar estudiábamos la batalla del Marne, aquel infierno de trincheras en 1914 en cuyo primer día de combate falleció. Hijo de campesinos y alumno de Bergson y de Rolland en la Sorbona, el heterodoxo poeta reflexionó: «Tal vez no se descubran nunca las cobardías que han cometido los franceses por miedo a no parecer suficientemente de izquierdas». Y así seguimos.

Por fortuna, el bueno de Péguy no asistió a los disparates de esta nomenklatura arrimada al «perol cordobés» que ahora preside el hijo de un coronel de Infantería, oficial de la Guardia de Franco en El Pardo, de nombre D. Octaviano Griñán Gutiérrez, lo mismo que podría presidirlo todavía el hijo de un glorioso coronel de Artillería, comandante en jefe de las tropas franquistas en el Norte de África y condecorado por el Generalísimo, D. Antonio Chaves Plá.
Hace falta ser trapisondista y aficionado al transformismo para, sin pasar por el taller de Pepi Mayo, acostarse vestido de correajes y amanecer cantando «Arriba, parias de la tierra; en pie, famélica legión…»

Tipos (y tipas) de fachada tan efímera e intercambiable como un carromato de circo y capaces de poner en juego hasta el honor de sus madres para tratar de acreditar que ellos son de izquierdas desde que sus padres eran novios. Los hay en todos los niveles. Allá, esa delegada de Educación que ignora el significado histórico de la Revolución Francesa lanzada al electoralismo analfabeto y bufo en horario lectivo. Acullá, la periodistilla del canal público con bombachos del coronel Tapioca (¡otro coronel!) que alienta a la cacerolada contra el PP. En la BBC habría durado el tiempo de escribir su parida en facebook y el presentador Carlos María Ruiz no se sentiría obligado a hacerse el ofendido cuando Gómez Marín defendiera la obviedad de que Canal Sur no es neutral.

Griñán no recurriría a su hijo en paro para justificar los fracasos del PSOE ni las frívolas burradas de ZP. Zarrías no seguiría parapetado tras un puñado de directores generales encausados. Ni los expósitos Javier Aroca y Concha Caballero impostarían su indignación ante una subida de impuestos, de los que cobran.

También discrepo de la opinión del insigne poeta andaluz que ayer en estas mismas páginas responsabilizaba de los ERE a «los tenebrosos mercados» y que aseveraba, sin piedad, que los ERE fueron «una exigencia del neoliberalismo», cuando de lo que hablamos es de que algunos en la Junta se llevaban el dinero público a su casa, o a la de sus amigos, sin norma ni procedimiento alguno.

La izquierda, tan devota y beata de sus idolatrías, no se atreve a ajustar la cuenta de sus fracasos. Ni tras el derrumbe comunista del Este, ni tras el fracaso del socialismo en el Oeste. Tanta santurronería les impide reprobar su fetichismo.