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El uso, las modas, los caprichos... quién lo sabe, hacen que la lengua española (y otras, supongo) olvide palabras, cree nuevas y cambie el significado de algunas. Empecemos por el final, como tantas veces se hace en nuestra querida España. Una de las palabras que sufrió este cambio (y con él perdió prestigio) fue «retrete». Para quienes no lo sepan, esta palabra designaba hace siglos la habitación más retirada de la casa, aquella que sólo conocían la familia y los más íntimos, la más alejada de la puerta. Cuando el cuarto de baño se instaló dentro de las casas, se ubicó en ese lugar más retirado, por razones obvias. Así, del lugar de intimidad donde se guardaban los libros de cuentas y oraciones, pasó a lo que hoy todos conocemos por retrete. En cuanto a la creación de palabras, nuestra lengua se ha manifestado entre los primeros lugares de la creación neológica.

Neologismos de oficio

Algunas de estas nuevas criaturas son totalmente prescindibles y nacen, primordialmente, en el campo de las lenguas de especialidad. Un ejemplo: «aperturar cuentas», tan del gusto de la jerga bancaria, que sustituye sin ventaja a «abrir». Otras son muy necesarias y ahorran trabajo. Otro ejemplo: bonobús, por aquello de «el bono bueno, el bonobús».

Y, por último, la crisis que padecemos nos va a hacer recuperar, desafortunadamente, algunas ya felizmente olvidadas. De estas, mi buen amigo Carlos Argos me recordaba el otro día la figura jurídica del «hurto famélico». Esperemos que sólo se recuperen en esta columna y no vuelvan al patrimonio de nuestra lengua cotidiana.