Cataluña
Francia lección de torería
Francia ha blindado las corridas de toros en su territorio de la mejor manera posible: el Ministerio de Cultura, a instancias del Observatorio de las Culturas Taurinas, ha inscrito la tauromaquia en la lista de su Patrimonio Cultural Inmaterial. Con esta decisión, Francia se convierte en el primer país que incluye la Fiesta en el inventario de su patrimonio cultural. La inmediata consecuencia es que protege las corridas en las regiones donde existe una tradición local ininterrumpida y consagra la excepción cultural que conduce la ley al descartar la prohibición de la Fiesta en las cuatro regiones del sur (Aquitania, Medios Pirineos, Languedoc-Rousillon y Provenza Alpes Costa Azul) donde se celebran cada año numerosos festejos en 47 ciudades. El Observatorio francés ha valorado como debe la corrida desde el punto de vista cultural, turístico y económico. Así, ha subrayado que el festejo refleja la sensibilidad específica de cada uno de los pueblos y comunidades que la comparten en Europa y en América, que pertenece a las artes del espectáculo, que constituye el núcleo de numerosas fiestas locales y que fomenta de forma muy significativa el turismo y la economía de las ciudades taurinas, creando además en el campo y en las ciudades numerosos oficios y puestos de trabajo relacionados directa o indirectamente con los toros. Desde España es inevitable sentir una envidia sana por la decisión admirable que ha tomado el Gobierno francés que, valga la expresión, ha cogido el toro por los cuernos, cosa que el de nuestro país todavía no ha hecho, ya sea por el desdén de cierta izquierda hacia la Fiesta, por el acoso de los nacionalistas, por el ecologismo sectario o, simplemente, por el complejo que padecen los gobernantes socialistas. Claro está que Francia no está enredada en cuestiones identitarias tan estériles y sin embargo rentables electoralmente como las que suceden en España, que están desnaturalizando nuestra identidad. Mientras nuestros vecinos reconocen y preservan la Fiesta, aquí, en la cuna de la tauromaquía moderna, Cataluña prohíbe las corridas por razones espurias, simplemente para marcar distancias con una tradición española que también es muy catalana, aunque sus líderes políticos no quieran admitirlo. Pero si la clase política catalana desbarraba, la reacción del Ministerio de Cultura tampoco ha sido muy alentadora. A petición de las primeras figuras del toreo, la ministra Ángeles González-Sinde tuvo una reunión informal con ellos en la que se logró el compromiso de que las competencias taurinas pasaran de Interior a Cultura, medida que parece positiva. Pero el Gobierno de la nación está obligado a ir más allá, tiene que despojarse de sus complejos y promover una Fiesta que no entiende de ideologías y sí de tradición, de cultura popular y de tejido social y económico. Así lo han entendido gobernantes como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que la ha declarado Bien de Interés Cultural. Sería muy deseable que también el Gobierno de todos los españoles, si no desea darle la razón a Aguirre, siguiera el ejemplo francés y protegiera el festejo taurino como Patrimonio Cultural Inmaterial.
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