Valencia

Barenboim el pianista que fue

Ciclo de IbermúsicaObras de Schubert. Piano: Daniel Barenboim. Auditorio Nacional. Madrid, 20-II-2010.

La Razón
La RazónLa Razón

Pocas figuras son tan queridas en España como Daniel Barenboim, pero quedó muy claro que el público de Ibermúsica no es el del ciclo pianístico de Scherzo. Se percibió en el cúmulo de toses entre los diferentes tiempos de las obras interpretadas y en su perfectamente descriptible entusiasmo al acabar el recital, al que el artista sólo hubo de añadir dos propinas, también de Schubert. La primera el «Momento musical n.3» y la segunda uno de sus «Impromtus», donde Barenboim jugó sus mejores bazas para lograr lo más destacado de la velada. Pollini declaró no hace mucho que necesitaba sentarse ocho horas diariamente frente al teclado para conservar la forma. Barenboim no podría dedicarle ese tiempo aunque quisiera, tan imbuido se encuentra en sus actividades como director de orquesta, director artístico, buscador de mecenas, prohombre de paz, etc. Sin ir más lejos, a la salida le esperaba Felipe González para ir a cenar y, posiblemente, para hablar de la financiación extra que acaba de conseguir su orquesta del Divan por parte de la Junta de Andalucía, en parte a costa de dejar en la penuria al Coro y la Orquesta Joven. De ahí que no pueda ser ya el pianista que fue una vez y que no pueda ocultarlo cuando, como acaba de hacer en Valencia, toca obras tan virtuosas como los conciertos para piano de Liszt. Las sonatas de Schubert, compositor en el que no se ha prodigado excesivamente, tampoco son fáciles, y tanto en la D.894 en sol mayor como en la D.958 en do menor –no en do mayor como aparecía en el programa de mano– hubo bastantes chapucerías, con notas rozadas y hasta ausentes. La tarantella del allegro final de la D.958 fue buena prueba de ello. Es algo que no se debe ni puede ocultar, pero sí perdonar. Desde luego yo lo hago, porque por encima de todo queda la musicalidad de un gran artista, que sabe cómo emplear las capacidades que le quedan para hacer música en el mayor sentido de la palabra.

Hay quien, como Brendel, toca estas obras con la claridad de Mozart y la fortaleza de un Beethoven al que tan ligadas están y quien, como Pollini, reflexiona intelectualmente sobre ellas. Barenboim nos las transmite con la belleza del sonido –piano traído de Italia– y la profundidad del sentimiento. Notoriamente especiales resultaron los dos primeros tiempos tanto de la 894 como la 958 y, por el enfoque citado, el «Impromptus» final.