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La Razón
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A estas alturas de 2011, aún te encuentras a amigos y conocidos a los que no habías felicitado el año. Hay gente muy ceremoniosa que no podría dejar de hacerlo aunque fuera a mediados de agosto, así que, a veintiuno de enero, todavía es posible hablar de las navidades y de cómo ha ido la cosa.

Se topa una con mendas a los que había perdido la pista a mediados de diciembre y les nota siempre cambiados. Cambiados de pelo, de barba, de patilla. De jersey, de abrigo, de reloj. De color de tinte, de longitud de falda, de grosor de cejas. Algunos regresan con unas pulseritas ridículas o un sujeta-corbata pasado de «dorao». Otros van de colonia noqueante hasta arriba. O sus niños visten raro, con bodoque. Los más afortunados poseen embutidos envasados al vacío suficientes para dar de comer a un búnker nuclear entero durante tres semanas y ahora ya no comen con los compañeros porque hay que darle salida al género. Conclusión: hemos visto a mamá. Mamá, como bien saben los lectores, gusta de verte. Verte y besuquearte y, a continuación, gusta también de ponerte pegas. Menudo pelo traes, arréglate esos abuelos. A saber qué comerás, que estás como tísica. Hijo mío, métete esa camisa por dentro, que me estás quitando la vida. No, si yo no digo nada, pero tienes unas entradas que te conviene dejarte un flequillo o un algo. ¿Y por qué no te tomas una vitaminas, que tienes un cutis que da asco? ¿Te limpio el coche por dentro? ¿Te meto el abrigo en la lavadora, que mira qué sucio lo tienes de la nuca? Te he comprado estos calcetines, para cuando vayas de reunión. Aquí estoy, viendo el catálogo de La Redoute, a ver si se te pega algo de la modelo de la portada. Así que vuelve uno a enero y está deseando que llegue febrero. Deseando que pasen las secuelas de la checa materna. Deseando pegarse un atracón de magdalenas chuponas, quitarle al coche el ambientador Nenuco, tirar las vitaminas, despeinarse como Dios manda, ponerse a plan, llevar tomates en los calcetines y comprarse otro abrigo, porque el que fue a la lavadora salió limpio de nuca, sí, pero pequeño y con una mancha color alfombra de la entrada.

Todo eso deseas y sin embargo, cuando consigues estar como siempre y tranquilo y abres otro lomo, te acuerdas del sofá de tu madre. Que no es relax ni ergonómico y tiene un pañito por encima. Pero es tu lugar en el mundo. El último. Y el primero.