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Política en positivo

La Razón
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A lo largo de estos últimos cuatro años, se ha generado lo que podemos denominar sin matiz alguno como una «cultura de la crisis». Desgraciadamente, en el combate contra ella, hemos acabado impregnados con sus modos, con su forma específica de percibir la realidad. En ocasiones, tengo la sensación de que probamos a encontrar soluciones para ella desde los códigos un tanto nocivos que su prolongada presencia entre nosotros ha terminado por imponer. Pongamos un ejemplo: con todo lo necesario que resulta atajar resolutivamente el problema del déficit público, con la urgencia que existe por equilibrar las cuentas de las diferentes administraciones a fin de aportar estabilidad presupuestaria a la gestión diaria de nuestras instituciones, creo que no hemos sabido gestionar emocionalmente el programa de medidas encargado de concretar tal requerimiento. ¿A qué me refiero cuando hablo de una oportuna «gestión emocional» de los recortes?
La idea es sencilla: el principal problema que tiene España es la ausencia de confianza en nuestra economía y en nuestra clase política. Así de claro. Cuando los diferentes equipos de gobierno de las distintas admninistraciones han hecho sus deberes, con la puesta en marcha de una serie de medidas destinadas a paliar el exceso de gasto público, no ha existido el suficiente cuidado en vender tales decisiones en los términos positivos con que debieran ser recibidas por la sociedad. De hecho, cuando no se crea el contexto necesario para explicar pedagógicamente cualesquiera de estas iniciativas –algo que Rajoy pretende subsanar mediante el énfasis en el concepto de «competitividad»-, la idea que se construye el ciudadano es de que las únicas apuestas que se realizan para superar el actual escenario económico son en negativo, reincidiendo en gestos verificables en forma de una merma de lo ya existente. En un momento en que la sociedad necesita del valor, de la confianza y del entusiasmo para caminar hacia delante, nos topamos con la paradoja de que las instituciones públicas no logran despojarse de cierta «política del miedo», basada en una insuficiente habilidad para gestionar satisfactoriamente las «tendencias psicológicas» de la ciudadanía. Repito: no se trata de no hacer lo que está haciendo, sino de saber transmitirlo en la dimensión emocional exacta que necesita en este momento nuestra sociedad para volver a creer en sí misma.

Pedro Alberto Cruz Sánchez
Consejero de Cultura y Turismo