Nueva York

El asco por María José Navarro

Strauss-Kahn y su esposa, Anne Sinclair, a la salida de su casa en Nueva York
Strauss-Kahn y su esposa, Anne Sinclair, a la salida de su casa en Nueva Yorklarazon

Para dar aún más emoción a nuestras vidas, a las mujeres nos ha llegado hace unos días una noticia que seguramente haya provocado alguna arcada seca, varios millones de repeluses, cientos de miles de ascos en cadena y centenares de repugnancias: Dominique Strauss-Kahn, el viejo verde que ha dejado a sus predecesores como unos aficionados, está ya en la calle. Está ya en la calle y los defensores de los sistemas garantistas nos alegramos de que, de nuevo, nos pueda mirar a todos por encima del hombro, con esa cara que se gasta el tipo, con ese gesto bravucón del que se sabe a salvo de un mal abogado, del que intuye que podrá llegar hasta el final recluido en un apartamento de lujo, del que conoce de antemano que apretar a una negra contra una pared no le va a restar ni un ápice en su posición social y que le permitirá, como poco, optar a un escaño gracias al voto de un electorado que considera a priori que la vida privada incumbe sólo a su señora esposa. Les juro que los garantistas nos alegramos. Y sin embargo, mecachis, algunas garantistas tenemos un mal cuerpo de aúpa. Después de poner nuestros traseros a salvo, nos hemos felicitado porque este desahogado se haya librado de una acusación dudosa. Dudosa sobre todo porque la presunta víctima no cumple algunos cánones que son obligatorios en una víctima decente: tiene un pasado poco decoroso. Así que el fiscal, como nos gusta a los garantistas, ha decidido que no hay razón para mantener el caso porque la víctima es poco de fiar. Que DSK haya tirado al monte con anterioridad queda eclipsado por el monte que ha corrido la supuesta víctima, así que aquí paz y después gloria. Así que los garantistas nos alegramos de que, a todos los efectos, haya quedado libre este señor, que reconoce un encuentro sexual con la camarera, pero todo consentidísimo. Por lo tanto, a la camarera lo único que le queda es contar su historia por las televisiones, cosa que está muy mal vista. Es mucho mejor ir tocando culos sin preguntar pero discretamente, dónde va a parar. Las garantistas, no obstante, nos preguntamos por qué este fenómeno de la fogosidad no contrata los servicios de una profesional. Las hay buenísimas, oiga. Las hay negras que por unos cuántos dólares, pueden vestirse de camarera; o rubias que se hacen pasar por recepcionistas de hotel, e incluso pelirrojas que acuden a sus citas con el uniforme de azafata de una compañía aérea. Parece, sin embargo, que a Dominique le gusta que sea gratis, le pone perturbar a las trabajadoras de los establecimientos a los que acude, seguro de que sus posibilidades son altas. Altas así, a secas, de golpe, altas porque se sabe poderoso. Las garantistas nos felicitamos, sí, y damos otro sorbo al Pimperán.