Irlanda
El mal del acuerdo de Deauville por Javier Flores
A partir del pacto de 2010 entre Merkel y Sarkozy, las emisiones de deuda pública de Italia, Portugal y España ya no se consideraron activos libres de riesgo, pese a tener la triple A
Vaya por delante que encontrar un país dentro de la eurozona que haya cumplido con los objetivos de déficit y deuda acordados por el Tratado de Maastricht, que establece unos límites del 3% para el déficit y del 60% del PIB para la deuda pública, resulta una tarea difícil, casi imposible si no fuera por las excepciones de Finlandia y Luxemburgo; ni siquiera Alemania, país que ahora exige máximo rigor a los países periféricos y –muchos lectores podrían imaginar– entre los cumplidores, ha evitado la acumulación de un suspenso tras otro en sus propias cuentas durante los últimos años. Situación que no deja de ser un reflejo de que la responsabilidad de un tema tan complejo como el que ahora sufre Europa es necesariamente colectiva.
Muchos apuntan hacia Berlín como principal responsable de levantar un nuevo muro dentro de Europa, un muro que divide a los países entre fuertes y débiles, al norte del cual los gobiernos obtienen financiación gratuita como resultado de su condición de refugio a costa de un sur endeudado que sufre la fuga de capitales. Aunque a Alemania se la acusa de ser demasiado rígido y dogmático, tales críticas pierden toda su argumentación desde el momento en que provienen de países con ninguna tradición de hacer un manejo virtuoso de sus cuentas públicas. Y, sin embargo, existen motivos para criticar a las autoridades alemanas por su análisis de la crisis y la gestión que se ha llevado de la misma durante los dos últimos años, pero las críticas deben hacerse por las razones correctas, fundamentalmente dos.
El primer error fue el diagnóstico alemán en 2010 de que el principal, si no el único, origen de la crisis de la eurozona residía en políticas fiscales poco estrictas, punto que si bien no es discutible en el caso de Grecia, no es justo para Irlanda o España, puesto que antes de 2008 estos dos países respetaban escrupulosamente los criterios de déficit público, de modo que sus dificultades actuales no han sido causadas por una deuda pública excesiva, sino que surgieron cuando el dinero extranjero para financiar sus burbujas inmobiliarias se retiró de repente. Y es que, en realidad, los problemas actuales de la eurozona no solamente reflejan una crisis fiscal, sino también una crisis de balanza de pagos, dos situaciones diferentes que no se resuelven necesariamente con idéntico remedio... Frente a una crisis fiscal, como es el caso de Grecia, es indispensable poner en marcha una reforma en profundidad del Estado, lo que implica un replanteamiento del sistema tributario para hacerlo más efectivo y para acabar con el derroche de gasto público. Pero en el caso español, el control del déficit público, que no puede obviamente ser ignorado, es secundario a la necesidad de limpiar el sistema bancario, puesto en peligro por la crisis de la balanza de pagos.
El segundo error de Alemania fue el disparate de convertir a la economía europea en víctima colateral de la política cuando en la cumbre de Deauville de octubre de 2010 se anunció la subordinación de los inversores privados a los costes de los futuros rescates, cuestión técnica relacionada con el modo de practicar quitas a las deudas públicas, de graves consecuencias cuyas secuelas todavía sufrimos hoy. El acuerdo alcanzado por Merkel y Sarkozy en Deauville, en contra del criterio del BCE, rompió la tregua de los operadores y abrió la puerta a una nueva fase de la crisis, en la que se vieron especialmente perjudicados Irlanda, Portugal y España, ya que a partir de ese momento las emisiones de deuda pública de estos países ya no se consideraba como activos libres de riesgo, a pesar de tener en ese momento la calificación de triple A.
Existen por lo tanto errores, y muy graves, en la gestión de la crisis que ha hecho Alemania, que no se encuentran sin embargo en la petición de disciplina fiscal, sino en el propio fondo del manejo de la crisis liderado por Francia y Alemania y que han permitido que las primas de riesgo hayan subido y que la percepción por la deuda pública de los países del sur haya empeorado haciendo más difícil de controlar la dinámica de la deuda, hasta el punto de que nunca fue más cierto que hoy que ya no dependemos de nuestras actuaciones, limitadas al control del gasto y a las declaraciones, aunque éstas si pueden condicionar las de los demás.
Javier Flores
Responsable del Servicio de Estudios y Análisis (Ansiver)
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