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Avisos electorales por José María Marco

La Razón
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Las elecciones del domingo han provocado una ola de euforia entre los socialistas y otra de desánimo entre los populares. Los primeros se han visto reivindicados ante el avance del Partido Popular, detenido en Despeñaperros convertido en la Covadonga socialista. Los segundos han visto defraudada la esperanza de gobernar sin apenas oposición (fuera de los nacionalismos) en toda España. En realidad, los resultados ofrecen matices algo más variados.

En cuanto a los socialistas, su éxito es indiscutible, en particular dadas las expectativas que ellos mismos tenían. Consiguen sobrevivir en una región estratégica por extensión y población, con el 15% del PIB español. Y lo hacen cuando todavía no se debía haber agotado el impulso que llevó al PP al resto de las comunidades autónomas y a La Moncloa con mayorías muy considerables. El primer problema que se plantea aquí es el programa socialista. Está bien hablar de izquierda, pero ¿qué quiere decir eso? ¿Mantenimiento del gasto público? ¿Políticas expansivas a nivel andaluz? En tal caso, ¿quién va a pagar todo eso? ¿Tienen dinero los andaluces para sufragar esas políticas? ¿Lo tenemos los demás españoles?

Por otra parte, el PSOE deberá el gobierno a Izquierda Unida, que no dejará de plantear algunas exigencias. Y por si fuera poco, ha ganado el ala más izquierdista del PSOE. En un momento especialmente grave de la crisis, cuando se apunta el despegue pero las posibilidades de arruinarlo son muy grandes, vamos a asistir al experimento de un gobierno de coalición de izquierdas, en el sentido más radical. Andalucía, tan conservadora, se prepara para una resistencia de desgaste. Los resultados van a ser devastadores para los andaluces y malos para el resto de España.
Por su parte, el Partido Popular ve obstaculizado su impulso reformista. Es cierto que podrá poner a Andalucía como ejemplo de lo que no hay que hacer. Aun así, el ejercicio de pedagogía no será suficiente. Acabamos de comprobar la consistencia de la herencia del zapaterismo. Sigue gobernando en Andalucía y ha dejado una España desarticulada, con nacionalismos ya descaradamente independistas al frente de Cataluña y en el País Vasco. La tentación de un cierto nacionalismo andaluz puede cuajar en la resistencia ante la globalización «españolista», con todos los tópicos y los adjetivos que se quiera. Como muestra también Asturias, España corre el riesgo de hundirse en el localismo y el problema de la cohesión nacional es ya el primer problema económico. Ante esto, sería conveniente que el Partido Popular construyera un discurso nacional, que hiciera inteligibles las reformas y el sentido de su acción. Se habla mucho de comunicación, pero la cuestión va más allá: se trata del marco conceptual, de la capacidad de explicar y convencer contra el miedo y el provincianismo.