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«No eran delincuentes anunciaban el Evangelio»
La Catedral de la Almudena vivió ayer un día muy especial: su primera beatificación, y la primera que se celebra en Madrid. Los 23 mártires oblatos fusilados en la Guerra Civil subieron a los altares en una ceremonia presidida por el cardenal Ángel Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
MADRID- Los nuevos beatos son el sacerdote de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, Francisco Esteban Lacal, y 21 compañeros religiosos, además del seglar y padre de familia Cándido Castán.
Durante la ceremonia, el arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, recordó que los 22 religiosos y el seglar fueron fusilados entre el 24 de julio y el 28 de noviembre de 1936, tras haber sufrido la «persecución» religiosa del inicio de la contienda.
«Firmes en la fe»
Rouco subrayó el heroico testimonio de fe de los 23 nuevos beatos, que «permanecieron firmes en la fe hasta el momento del martirio, perdonando a sus perseguidores y rezando por ellos». Junto a estas declaraciones, uno de los momentos más emotivos se produjo cuando el delegado del Papa leyó en latín y en castellano la carta apostólica que proclamó beatos a los asesinados y acto seguido se descubrió la pintura de los nuevos beatos situada junto al altar mayor, en presencia de los emocionados familiares que se congregaron en la catedral madrileña y que recorrieron la nave central en procesión con palmas, el símbolo del martirio, para depositarlas a los pies del cuadro.
En la homilía, Amato recordó que fue en la Guerra Civil cuando se alcanzó el punto culminante a la persecución religiosa que «contaminó» gravemente a la sociedad. Acto seguido, citó los nombres de los 23 mártires que dieron testimonio de su amor a Dios y a la Iglesia: «No eran delincuentes, no habían hecho nada malo, sino que su único deseo era hacer el bien y anunciar a todos el Evangelio de Jesús, que es una noticia de paz, de gozo y de fraternidad», añadió Amato.
El odio se ensañó con Madrid
A los cuatro días del estallido de la Guerra Civil, el odio anticatólico que había incendiado y destruido muchas iglesias en Madrid, llegó a la localidad de Pozuelo de Alarcón, ensañándose con el colegio de los oblatos con una crueldad inexplicable. El instituto fue ocupado y todos los religiosos fueron detenidos sin interrogatorios, sin procesos, sin pruebas y sin posibilidad de defenderse.
El superior general de la Congregación de los Misioneros Oblatos, Louis Lougen, agradeció la celebración de la beatificación en el año jubilar oblator, en el que se conmemora la muerte de su fundador, San Eugenio de Mazenod, así como el de los 200 años de su ordenación sacerdotal.
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