Arganda del Rey
El «Curiosity» por Alfonso Ussía
Marte es más feo aún que la zona de Arroyoculebro o los descampados que se abren al norte de Arganda del Rey
El «Curiosity», ese robot que la Nasa ha depositado en Marte, tiene parte de tecnología española. La primera impresión del llamado Planeta Rojo no puede ser más desoladora. El «Curiosity» se va a aburrir en Marte más que un sordo en una ópera de Wagner. Dicen los expertos que uno de sus objetivos es el de abrir las expectativas de viajes turísticos a Marte a partir del año 2030. Vista la primera imagen marciana, renuncio al viaje. Marte es muy feo e inhóspito. No me atrevo a compararlo con paisajes concretos porque los españoles somos muy dados a las susceptibilidades y no perdonamos menciones despectivas a nuestras raíces de patria chica. Como madrileño asumo el heroísmo de la mención. Marte es más feo aún que la zona de Arroyoculebro o los descampados que se abren al norte de Arganda del Rey. ¿Para qué sirve Marte?, me pregunto. Para nada, me respondo. Si me equivoco, la causa no es otra que mi desproporcionada incultura planetaria. Neil Armstrong acaba de cumplir 82 años, y todavía nadie se ha aventurado a explicar los beneficios que la humanidad ha recibido de la luna. Lo único que ha conseguido el ser humano pisando la luna ha sido fastidiar a los poetas. Las canciones de cuna, por ejemplo, siempre inspiradas en la luna que vela el sueño del niño, han resignado todo su significado. Una luna visitada, frecuentada y examinada «in situ», es una luna que ya no sirve para emocionar a nadie.
Marte tenía el atractivo de los marcianos. Es la única quimera que nos quedaba a los terrícolas desde que supimos que en el lago Ness no hay ningún monstruo ni vive el Yeti, el abominable hombre de las nieves, en las cumbres de la cordillera del Himalaya. De vivir algún Yeti, habría emigrado a otros lugares para no toparse con los centenares de personas que consiguen cada año alcanzar la cima del Everest, al que un día terminarán por instalarle un funicular como los del Monte Igueldo de San Sebastián, el único monte al que yo he subido a pie, y cuyo ascenso cansa una barbaridad. En Marte no hay nada, e ignoro la razón por la que los científicos se han alborozado tanto al comprobar que «Curiosity» se había posado sobre su superficie. No es demagogia sino sentido común. Si hay tanto todo que hace falta en el planeta que vivimos, ¿para qué gastar tanto en pos de la nada?
Claro, que el detalle de la tecnología española en el «Curiosity» nos anima a ser más cautelosos en el análisis negativo de la gran hazaña. Ese «software» español en «Curiosity», o ese par de tornillos, que lo mismo da, nos anima a los españoles en tiempos tan complicados. No sabemos cómo reducir el paro laboral, no nos atrevemos a retirar las subvenciones a los sindicatos, no le soplamos un matasuegras a las narices de Ángela Merkel, pero hemos llegado a Marte colaborando activamente con la Nasa. No crean que el histórico acontecimiento científico va a ayudarnos a encontrar esa unión que tanto añoramos los que amamos a nuestro mapa por igual. Ahora dirá Mas que el «software» es catalán, López que la luz que suena y hace «pip-pip» en la cabeza de «Curiosity» es vasca, Griñán que los tornillos los han apretado dos andaluces, que las pilas de los ojos son de fabricación castellana, y que Robledo de Chavela está en Madrid. Lo que tendríamos que celebrar como un triunfo de todos, se lo apuntarán sólo algunos, dejándonos a los ciudadanos y contribuyentes sin nuestro merecido pedazo de tarta.
Pero dominado el impulso patriótico, bueno es reconocer que lo menos importante para el mundo que vivimos, al día de hoy, es llegar a Marte. Suponiendo que Marte fuera de oro y en su soterra –en este caso en su «sotoro»–, hubiese un profundísimo mar de petróleo, ¿qué ganaríamos los humanos? El hombre tiende a agrandar su dominio, aunque su dominio sea una tontería. Eso sí. Como español me considero dueño, en la proporción que sea estimada, de Marte. Soy «marteteniente». Lo malo es que mañana me vence otro plazo de la hipoteca.
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