Distribución
Más barato pero seguro
La situación que vivimos es un terreno abonado para que algunos tópicos calen en la sociedad, generando desconfianza. Por ejemplo, el dar por hecho que la Seguridad Alimentaria puede ser una de las primeras «víctimas» de la crisis económica en el ámbito alimentario, y que un producto se abarata, necesariamente, a costa de su inocuidad.
Ante todo, procede no cerrarse a la evidencia. Los datos epidemiológicos de enfermedades transmitidas por alimentos ponen de manifiesto que en una España con 50 millones de habitantes –150 millones de actos alimentarios cada día, 4.500 millones cada mes, 54.000 millones cada año– la inocuidad de los alimentos es una constante, y que sería perverso querer confundir la excepción con la regla.
Por otra parte, es preciso desterrar la creencia de que, para ser competitivo y vender a buen precio, no hay más vía de ahorro que la relajación y rebaja de la seguridad. El error radica en considerar que la competitividad radica de forma exclusiva o predominante en el precio, cuando realmente habría de contemplarse en términos del valor que se le aporta al consumidor como eslabón final de la cadena. Un eslabón terminal paradójico pues, en la práctica, es él quien condiciona la supervivencia de todos los eslabones previos. Se puede, y se debe, revisar la eficiencia de los procesos de producción, transformación y distribución. Pero tal revisión ha de estar presidida por un objetivo muy claro: El consumidor ha de ser el centro de nuestras decisiones, y sólo hemos de producir para él y ofrecerle aquello que le aporta valor objetivo. La inocuidad lo es, sin duda alguna. Y nadie sensato la «regateará» en busca de una supuesta eficiencia. Hay otros muchos parámetros revisables antes de mermar la seguridad, la calidad o el respeto medioambiental. No hay más que identificar, para eliminarlos, aquellos que sólo aportan cosas que el consumidor no necesita ni demanda.
✕
Accede a tu cuenta para comentar