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El festín de Baltasar por César Vidal
Se relata en uno de los libros proféticos del Antiguo Testamento que mientras el rey babilonio Baltasar se encontraba celebrando un colosal banquete con sus amigos, en uno de los muros del lujoso salón donde se solazaban, aparecieron escritas unas misteriosas palabras. Para interpretarlas de la manera más adecuada, Baltasar mandó llamar a Daniel, un judío que vivía desterrado en Babilonia y que disfrutaba de una bien merecida fama de hombre cercano a su Dios. Era hombre valiente el judío, de esos que no se arrugan ante la cercanía del poder ni ponen freno a su lengua y, precisamente por ello, reveló al babilonio que su reino había sido pesado y encontrado falto de la sustancia que debería haber tenido. De apariencia maciza, estaba corroído y hueco por dentro. En castigo a esa circunstancia, el único Dios había dispuesto que esa misma noche, el que aún parecía próspero reino fuera entregado a los medos y a los persas. Eso y no otra cosa significaban los signos aparecidos en la pared. Seguramente, Baltasar no debió de creerse lo que le decía Daniel fundamentalmente porque Babilonia era próspera y estaba protegida por el curso de un caudaloso río. Sin embargo, el persa Ciro desvió la corriente y, aprovechando los desagües y la oscuridad nocturna, entró por sorpresa en Babilonia tomándola y acabando con el imperio de que era capital. He recordado no poco el episodio durante las últimas semanas. Nuestra nación, cuyos dirigentes y paniaguados llevan banqueteando décadas, no parece haber advertido lo que debería las señales que decían, de manera indiscutible, que nos estaban pesando y que el resultado de la balanza no nos iba a resultar precisamente favorable. El festín debía haberse acabado hacía tiempo aunque algunos siguen empeñados en apurar lo que queda en las copas e incluso se las están ingeniando para beberse lo que hay en las de otros. Merkel y la gente de la UE –arios como el persa Ciro– van a aparecer y que nadie piense que sus prebendas quedarán protegidas por un especial RH al bies, por la lengua regional o por la mismísima madre que los parió. Entrarán por las cloacas, como antaño lo hicieron medos y persas, aunque, en este caso, se trate de los boquetes inmensos de nuestra más que agujereada contabilidad y los túneles negrísimos de nuestra más que abultada deuda. Chiringuitos y pesebres, empresas autonómicas y subvenciones, funcionarios sin otra función que la de llenarse los bolsillos y asesores en el arte de vaciar las arcas públicas serán convocados a un nuevo valle de Josafat. Entonces, por mucho que se llore en cualquiera de las lenguas cooficiales, el festín habrá concluido. Sólo quedará, como hizo el propio Daniel, confiarnos humildemente a la misericordia de Dios para llegar a ver el final de la desgracia.
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