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Rodríguez en extinción

La mitad de los españoles no saldrá de casa en vacaciones, por trabajo o por falta de él. La crisis amenaza al «rodríguez», aquel curioso síntoma de prosperidad de la España de los ‘60

Rodríguez en extinción
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La marquesa de Caracena, que debió de ser todo un personaje, probablemente una de esas nobles populacheras que sólo se dan en este país, replicaba con ingenio a quienes se pavoneaban de partir a las playas de Biarritz o San Sebastián al inicio de la «season»: «Yo todos los años veraneo en ‘‘Madrid-sur-Merde''». Muchos de nosotros –me incluyo: la firma me delata– no tendremos más remedio que, como la marquesa, tirar de ironía ante la perspectiva de un estío de cemento y plexiglás o acomodarnos a la conocida sentencia de Francisco Silvela: «Madrid en verano, con dinero y sin familia, Baden Baden». Y quien dice Madrid dice Sevilla o Puertollano.

Vacar durante los meses de calor es, como todo lujo, algo relativamente reciente y, como tal lujo, pende del hilo de los tiempos que corran y tangencialmente de la prima de riesgo. A día de hoy, el turista está en horas bajas. Solamente un 51 por ciento de los españoles hará las maletas este año, según una encuesta de Ipsos. ¿Volverán, pues, los oscuros «rodríguez»? Curiosamente, no. Y la crisis parece ser la causa.

Reliquia del tardofranquismo
Empecemos por el principio: el «rodríguez», como Manolo Escobar o el Seiscientos, es un fenómeno sesentero, y, en cierto modo, como el Seiscientos y Manolo Escobar, síntoma de cierta modernidad hispánica. El «rodríguez» era tal porque, gracias a su trabajo incluso en los meses de verano, podía dar a señora e hijos el lujo de vacacionar, ya fuese en el pueblo o en Benidorm, otro emblema de aquella modernidad pelín hortera que antes nos repateaba y que ahora miramos con ojos de «beatus ille». A cambio, el «rodríguez» podía permitirse un relajo de las costumbres en el hogar y alguna que otra aventurilla extramatrimonial.

Los años de prosperidad –el dinero a espuertas y la felicidad ja ja– hicieron del «rodríguez» una reliquia casposa del tardofranquismo. ¿Quién no tenía para una semanita en Disneyland con la familia y otras tres en el pueblo o la costa? Cosas de anteayer. Hoy, con el paro en el quinto cielo y la necesidad imperiosa de un empleo, los nuevos «rodríguez» ya no son tales. Por dos motivos: quienes permanecen con su familia en la ciudad porque, a falta de dinero y trabajo, buenas son las piscinas municipales; y quienes, obligados a «currar» en verano, no tienen ni para mandar a la señora a tomar las aguas. Incluso el verano, el último bastión para los «curritos» estacionales de este país, ya ni siquiera es tal. La gallina de los huevos de oro –el turismo y los servicios– se va quedando desplumada, basta echar un ojo a las cifras de la EPA en las páginas de Economía de este mismo periódico. La muerte del «rodríguez», ¡qué curioso!, indica tan a las claras o más que los datos macroeconómicos esta extraña involución del país.

En femenino
Eso sí, dentro de la cada vez más reducida tribu de los «rodríguez» se viene registrando una variante que escapa al arquetipo fijado por las películas de Ozores y Alfredo Landa: «la» rodríguez. Su atractivo es manifiestamente menor para el imaginario colectivo: ellas no tienen que aprender a ubicarse en el supermercado para sobrevivir, están familiarizadas con la lavadora, y, por regla general, no son tan proclives a las «canitas al aire». Su gran preocupación: que papá atine con el cuidado de los hijos.

Así las cosas, ser un «rodríguez» (los hay incluso vocacionales y a tiempo completo, haberlos hailos) pasará a ser quizás, todo un lujo, nuevamente una enseña de prosperidad en un contexto en el que el empleo brilla por su ausencia. «Trabajo, luego existo», dirán. Y el verano, para las bicicletas y los alemanes.