Grecia
Rescate e incertidumbres
La ficha de Portugal del dominó de la crisis de la deuda cayó después de una resistencia que se quebró en un contexto de crisis política, con un Gobierno interino y un proceso electoral. El revés se daba por descontado. El deterioro de su financiación hasta niveles de bono basura y las dificultades de su sistema bancario lo hacían irremediable. El mercado tenía digerida la decisión desde hacía tiempo. La reacción de ayer demostró que el rescate ha supuesto un cierto alivio en la medida en que se ha considerado que el socorro europeo ofrece una solución y una garantía de cobro. Pese a todo, el tercer procedimiento de asistencia financiera –tras Grecia e Irlanda– genera incertidumbres. La principal es el posible efecto contagio, en este caso a España. El dato inquietante es que somos el país más expuesto a la deuda de Portugal, con 79.000 millones de euros, según el Banco de España, aunque matiza que ese volumen sólo significa el 2,1% de los activos totales de las entidades de depósitos españolas, lo que representa un nivel relativamente bajo de exposición. Hay una coincidencia generalizada en que Portugal y España son casos diferentes. Esa percepción es compartida en parte por unos mercados que, no obstante, mantienen sus precauciones y siguen expectantes. Aunque es cierto que España cerró ayer la primera emisión de deuda de abril con menores intereses y buen ratio de cobertura, también lo es que la prima de riesgo país permaneció en 180 puntos básicos cuando hace un año rondaba los 75. Ese persistente y notable diferencial sugiere un estado de desconfianza latente que expone a nuestra economía a un examen casi diario. Ayer, se produjo otra decisión que alimentó las dudas. El Banco Central Europeo aumentó un cuarto de punto los tipos de interés hasta el 1,25% después de tres años sin subidas, desde julio de 2008. Es un dato negativo para España. El dinero más caro lastra a las economías débiles como la nuestra, porque castiga la demanda interna, motor fundamental de la recuperación. El alcance del daño para nuestro país dependerá de que se trate o no de una subida aislada. Si bien los pronósticos son complicados, no es un buen síntoma que la cotización de los metales preciosos –considerados un refugio seguro en épocas de inestabilidad– se haya disparado. El rescate para España está descartado a corto plazo. Nos estamos refinanciando correctamente y disponemos de cierto margen para acelerar las reformas y los ajustes necesarios. Distinto es el panorama a medio plazo. Las previsiones macro, incluidas las más optimistas del Gobierno, alimentan el escepticismo sobre nuestra resistencia económica. Más paro y menos crecimiento en un contexto de subidas de tipos de interés y altos precios del petróleo y de las materias primas configuran un escenario peligroso. Que la situación varíe 180 grados pasa por la recuperación de la confianza. Y ello sólo será posible con un nuevo impulso político y económico a cargo de otro Gobierno. Esta etapa política está finiquitada por mucho que los responsables socialistas se enroquen en el poder y en su optimismo infundado. Cuanto más se demore la alternancia, peor para España.
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