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Cuestión de sensatez por José Maria Fuster Fabra
La sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre la cuestión del castellano y el catalán en la educación ha provocado múltiples comentarios de todos los colores.
Cada uno arrima el ascua a su sardina. A mí ciertamente como jurista lo que se me hace extraño es pensar que si alguien tiene un derecho reconocido en la Constitución y avalado por una sentencia del Tribunal Supremo, tenga que acudir a los tribunales para ejercerlo.
La cuestión se me antoja más sencilla. Siempre he creído en la educación trilingüe, es decir, un único sistema educativo en el que desde pequeños se enseñe a los niños en catalán, en castellano e inglés.
Los niños, por definición, absorben como esponjas lo que se les enseña desde pequeños. Los míos, por ejemplo, pasan con toda naturalidad y sin ningún tipo de problemas del castellano con mi familia al catalán con la familia materna.
Las carencias del idioma inglés que hemos padecido las gentes de mi generación las hemos pagado en ocasiones muy caras. Hoy en día, el aprendizaje de esta lengua es, junto a la informática, la asignatura esencial y complementaria del resto en la educación infantil y juvenil.
El inglés no puede ser una enseñanza más. En todo caso debe formar parte del elemento nuclear de la misma, igual que el castellano, e igual que el catalán. Me parece que en la actualidad es absurdo hablar de lenguas vehiculares.
Lo que importa es el futuro de nuestros hijos y éste no lo construiremos a base de tópicos demagógicos, sino a base de realidades.
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