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Cobo duerme a sus demonios

«Si pienso en Madrid, me bloqueo». Juanjo Cobo, el líder de la Vuelta, huye de la presión porque se conoce. Porque el vértigo ya le ha hecho hundirse varias veces, en algunas de ellas hasta el punto de querer abandonar el ciclismo. Ahora no, ahora lleva el maillot rojo y no quiere distraerse. Madrid queda muy lejos y él sólo piensa en el próximo kilómetro. Como hizo para subir el Angliru.

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«Pensábamos atacar a falta de tres kilómetros y medio, en la parte más dura, pero él se vio con fuerzas y atacó mucho antes. Yo le decía que regulara, que lo más duro estaba en esos últimos kilómetros», explica Matxin, su director en el Geox, el hombre que lo descubrió. Y eso fue lo que hizo Cobo. Su naturaleza sensible e inestable descansa al lado de su jefe. Se siente protegido porque le permite fallar y le escucha. «Al terminar me explicó que a la cuarta vez que se lo había dicho miró el pulsómetro y corrió sólo para él. Subía entre 180 y 182 pulsaciones y, cuando veía que bajaba, se permitía apretar un poco más».

Así, poco a poco espera Cobo llegar de rojo a Madrid. No se había planteado hacer algo grande en la Vuelta, ni siquiera conocía el Angliru. Y, aunque es cántabro, ni siquiera conoce Peña Cabarga. «Lo subí hasta la mitad a pie el año pasado. Como aficionado», cuenta. Esta temporada quiso conocerlo, pero no encontró el momento. Quizá, porque como él mismo confiesa, no le gusta demasiado entrenar.

Tampoco le gusta la presión, pero intenta aprender a convivir con ella. Ayer comprendió lo que es ser líder de una Vuelta grande. Era el día de descanso y en el salón del hotel donde dio la conferencia de prensa no cabían más periodistas. Para su cabeza, la ventaja es que ya ha hecho más de lo que él mismo esperaba. No va a defraudar a nadie. Y tampoco tiene tiempo para dar demasiadas vueltas a la cabeza. «A lo mejor ése es mi problema, que paso mucho tiempo en casa y por eso le doy tantas vueltas a las cosas», explica. Pero ahora está entretenido y, aunque no durmió mucho la noche que se vistió de rojo –«me desperté a las 7», dice–, los demonios no tardaron en volver a dormirse. «Miré un poco internet y a las 9 estaba dormido otra vez».