Crítica de cine
Procesión de frailes por José Luis Alvite
Tengo la absoluta certeza de que el ser humano sólo es definitivamente viejo en el instante en el que ha despejado sus dudas y se da cuenta de que por culpa de haber resuelto la incertidumbre, al final del camino ya no le espera la apasionante incertidumbre de un cruce. Por eso al lado de cada conquista conviene procurarse cada día objetivos nuevos, sin perder de vista que lo que de verdad nos mantiene vivos e intensos es la posibilidad de sustituir cada duda por dudas nuevas. Ésa es la razón por la que siempre he creído que el sabor real del éxito reside en saber interpretarlo como un relativo fracaso, igual que al alcanzar la cumbre se enfrenta el alpinista a la duda de que haber llegado a lo alto le plantea de inmediato el reto de olvidar las mieles del éxito y enfrentarse de inmediato a la incertidumbre y al riesgo del descenso. Es en esa constante renovación de la incertidumbre donde reside la sustancia apasionante del periodismo, una profesión en la que nada es para siempre y sólo cuenta la intención de afianzar lo efímero sin ninguna posibilidad de conseguirlo, como si tratásemos de describir la vida mirando la realidad a través de un cristal recién lavado con aceite. El periodista es por definición un entusiasta de lo pasajero, el espectador curioso que contempla la existencia sin el menor ánimo de eternidad, resignado a la idea de que la última página del periódico sólo es el sitio por el que dobla el diario en el bar el tipo que sorbe su café mientras le echa un vistazo rápido a una sucesión de noticias que, si bien se mira, no mejoran nuestra percepción de la vida, no detienen el mundo y en realidad sólo sirven para despertar los ojos y encarecer el papel. Se parece mucho esa resignada incertidumbre testimonial del periodista a la angustiosa actitud del pintor de paisajes frente a la luz cambiante que modifica a cada rato su punto de vista. El artista empieza el cuadro al despuntar el sol y lo concluye con las últimas luces de la tarde, al borde del anochecer, de modo que empiezan describiendo sobre el lienzo lo que ve y acaba pintando casi sin luz lo que recuerda. Pues gracias a la sustitución de la realidad por las dudas, así es como veo yo la vida: esa hermosa manera de caer la tarde en la que, al filo de la noche, el perfil de los abetos nos parece una inenarrable procesión de frailes.
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