Casa Real

Doparse con aspirinas por Cristina López Schlichting

La Razón
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En los ochenta estudiaba en Bonn y descubrí con sorpresa que los alemanes evitaban los antibióticos como la peste. Ya entonces era popular la convicción de que merman las defensas, destrozan la flora intestinal y sólo deben usarse en casos graves. Las mamás curaban las anginas de los niños con gárgaras de sal y vendas húmedas en la garganta. Para una española, habituada a convivir con un florido botiquín familiar, resultaba alucinante ver a los daneses de la residencia universitaria recurrir a los emplastos, a los noruegos usar vahos de eucalipto o a los holandeses prepararse tisanas de hierbas medicinales. Cuando regresé a Madrid comprobé que mi abuela Pilar seguía tomándose un Optalidón todas las mañanas, «porque me sienta divinamente, hija». Son dos extremos, pero me temo que los españoles abusamos de los medicamentos. Somos de tomarnos lo que nos receta la vecina, ponernos gotas en los ojos «porque se me aclara la vista» y engullir paracetamoles como gominolas. La oposición se ha echado como venado en celo sobre la ministra por recortar la lista de los fármacos subvencionados, pero lo cierto es que muchos de ellos son perfectamente prescindibles. Puede que un antiácido o un jarabe para la tos sean útiles alguna vez, pero a menudo los hemos pagado de nuestro bolsillo, con tal de evitarnos la visita al ambulatorio y no ha pasado nada. Por otra parte, el abuso farmacológico es perjudicial para la salud, como advierten los médicos; ¿acaso no conocemos personas adictas a los laxantes o los psicofármacos? Como medida moderadora de hábitos insanos, nos queda un interesante camino de aprendizaje de medicinas naturales y terapias preventivas, no sólo por ahorro, sino porque proporcionan calidad de vida y evitan el consumo de sustancias químicas innecesarias. Dejemos a la Seguridad Social ocuparse de lo caro y verdaderamente imprescindible.