Benedicto XVI

Oración por España por Antonio Cañizares

La Razón
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La semana pasada, en esta misma página invitaba y casi hasta apremiaba a los católicos españoles a orar por España en la situación tan delicada que atraviesa. Vuelvo sobre el mismo argumento, consciente de que es un deber y un servicio de caridad que surge de la fe que profesamos en la Iglesia. «La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable para ello. En su carta para la cuaresma de 1966 la beata escribía a sus colaboradores laicos: ‘Nosotros necesitamos esta unión íntima con Dios en nuestra vida cotidiana. ¿Y cómo podemos conseguirla? A través de la oración'» (Benedicto XVI, encíclica «Deus Caritas est», nn. 36 y 37).

Nada podemos llevar a cabo sin Dios; soy testigo, más aún, son muchísimos, innumerables, los testigos a lo largo de la historia de que es verdad lo que dice el salmo: «Todas nuestras empresas nos las realizas Tú», refiriéndose a Dios. Todos necesitamos volver al Señor, encontrarnos con El, que sabemos nos quiere sin medida, escucharle, tratar con Él, familiarizarnos con su querer y «sus costumbres» siempre a favor de los hombres misericordiosamente, conocerle más y mejor para seguir su luz y sus pasos, gozar de su gracia, de su providencia, de su auxilio que nunca falla y siempre alienta, y de su consolación, para acoger y hacer su voluntad que es, con mucho, lo mejor. Es preciso, absolutamente necesario, como nos dice Jesús, «orar en todo tiempo y sin desfallecer», pero es todavía aún más necesario cuando en situaciones bastante extremas, como la que ahora está viviendo España, nos preguntamos: «¿De dónde vendrá el auxilio, la ayuda que se necesita?». La respuesta no es otra, cierto, que la que se da en uno de los salmos ante una situación límite: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

La situación que padecemos no es una losa inexorable que no se pueda remover. «Es un Dios personal quien gobierna, incluso el cosmos y las estrellas, es decir el universo», y la misma historia; «la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución», las de los mercados o las de los poderes economicistas, las de la correlación de fuerzas o de los intereses políticos del signo que sean, «sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si conocemos a esta Persona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los elementos materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos del universo», de otros poderes aparentemente inexorables, «y de sus leyes, ahora somos libres. El cielo no está vacío. La vida no es el simple producto de las leyes y de la casualidad de la materia, o de otras fuerzas inamovibles, como pudieran parecer tal vez las económicas, «sino que en todo, y al mismo tiempo por encima de todo, hay una voluntad personal, hay un espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor» (cf. Benedicto XVI, encíclica «Spes salvi», n. 5).

Por la oración, expresada, por ejemplo, en el salmo 22, reconocemos esta voluntad de amor: «El Señor es mi pastor nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo». «El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto. Saber que existe Aquél que me acompaña incluso en la muerte y que con su ‘vara y su cayado, me sosiega', de modo que ‘nada temo' (Salmo 22, 4), era la nueva ‘esperanza' que brotaba en la vida de los creyentes» (Benedicto XVI, «Spes salvi», n. 6) . Y la esperanza, como decíamos la semana pasada se aviva y alimenta en la oración.

La situación que estamos atravesando es semejante a esa «cañada oscura» del salmo; con la esperanza, que se fortalece en la oración, nada podemos temer: El Señor a quien invocamos es el Pastor que, también en esta difícil coyuntura que pasamos, nos acompaña y conduce. Por la oración aprendemos a ver y querer lo que Dios desea y espera de nosotros en este momento tan crucial y nos ofrece su luz y su guía para aprender a pasar esta «cañada oscura» por el camino que Él nos abre, el que vemos en Jesús: el de la caridad. La oración nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces para los demás y caminar en libertad ante las esclavitudes y poderes del mundo que ahogan y dañan a los hombres.

En España, tal vez lo estamos olvidando demasiado hasta puntos insospechables que Dios es base, principio y fin de todo. Por eso necesitamos tanto de ese gran movimiento de oración en toda España; porque orar es reconocer la primacía de Dios, su presencia activa en la historia; orar comporta confesar y reconocer que Dios nos ama, que está con los hombres y en favor de los hombres. Orar entraña implorar de Dios su poderosa, eficaz y misericordiosa ayuda, sin la que nada podemos hacer ni dar frutos de amor y justicia, sin la que no es posible la renovación de la mente y de los corazones que tanto necesitamos para acoger el Reino de Dios y hacerlo presente en medio de los hombres y en todas las realidades humanas, también en las económicas. La oración expresa, como ninguna otra cosa, el primado de lo espiritual en la vida personal y social, y de que sólo desde una fuerte espiritualidad, que se apoya y nutre en la oración, podremos llevar a cabo la obra de renovación de la sociedad y de la misma Iglesia a la que nos urgen la fe, la esperanza y la caridad cristianas.

 

Antonio Cañizares
Cardenal