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«Piratería» musical: punto de inflexión o espejismo

El mercado mundial se contrae un 3%, la cifra más baja en los últimos años, coincidiendo con la aprobación de normativas más restrictivas en el mundo. En España hay luces y sombras.

«Piratería» musical: punto de inflexión o espejismo
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Hay margen para la esperanza, dicen en la industria musical. Por lo menos, en el último año la sangría se ha templado y las ventas de música han caído sólo un 3 por ciento, la cifra más baja desde 2004, un dato que para los tiempos que corren es casi como estar ante una buena noticia. En cuanto al caso español, las cifras son similares: un 3,3 ha descendido el mercado, aunque desgranando los datos hay luces y sombras.

Las sombras vienen de la caída de ventas, que siguen golpeando el mercado español constantemente, y que en 2011 descendieron otro 10,7 por ciento sobre un mercado ya de por sí diezmado. Esta caída fue compensada por la recaudación por comunicación pública (emisiones en radios y televisiones) y sistemas gratuitos financiados por publicidad (como VEVO, YouTube o la versión básica de Spotify). Para Antonio Guisasola, presidente de Promusicae, asociación que engloba en España a las discográficas, «es preocupante que, mientras mercados como el británico o el alemán se han comportado de forma plana, en España la caída alcance el 10 por ciento».

«Culturalmente inmaduro»
Con esa referencia, parece probada la resistencia numantina de los españoles a pagar por el consumo de música. «Cuando durante muchos años permites que se genere la cultura de que todo es gratis, cuesta mucho cambiar la tendencia», comenta Guisasola, que va con pies de plomo en cuanto a las perspectivas de futuro: «Los ingresos por publicidad generalmente los ha producido la radio, es decir, que no es una fórmula nueva por el hecho de que ahora lleguen a través de Spotify. Lo que es más llamativo es que una cuenta sin anuncios cuesta cinco euros al mes: una cantidad ridícula.

Aunque los usuarios de pago van creciendo, su lentitud revela que España es un mercado culturalmente inmaduro», explica. Incluso Guisasola revela que en el seno de la industria está vivo el debate sobre los precios de abono a Spotify. «Hay algunas compañías que defienden que es una cantidad muy pequeña para lo que se ofrece con el abono, y otras que dicen que al menos hay gente que paga por la música a final de mes y que es una forma de recuperar consumidores». De lo que no parece que haya dudas es de que las compañías están haciendo su parte: modernizar sus sistemas, bajar los precios, adaptarse a los nuevos tiempos, diversificar fuentes de ingresos.

Nuevas normativas
Por primera vez en los últimos diez años, las cifras de la industria mundial (IFPI por sus siglas en inglés) ofrecen datos alentadores –pese a los números rojos– que achacan a estas ofertas legales digitales y a otro factor: la aprobación, en buena parte del mundo, de legislaciones más estrictas: en Francia, la Ley Hadopi se ha traducido, entre octubre de 2010 y enero de 2012, en un descenso del 26% en los usuarios de p2p, y durante el mismo periodo la descarga de canciones a través de iTunes ha repuntado significativamente. Irlanda y Corea del Sur han endurecido sus normativas. El caso español también es observado por el resto del mundo. Es pronto para ver los efectos de la nueva regulación, pero Guisasola se resiste a equipararlos a los producidos en Francia. «En España no se ha cerrado todavía ni una sola página de descargas. Y la legislación se refiere a las webs de «piratería» comercial, algo que en Francia ya tienen resuelto desde hace mucho tiempo. La nueva norma va más allá y persigue la ‘‘piratería'' entre particulares, así que los resultados que esperamos son modestos, pero por lo menos empezamos a movernos», afirma Guisasola. «Creo que el Gobierno está convencido de que esto tiene que funcionar y de que, si no es así, habrá que tomar nuevas medidas que vayan un poco más allá. Hay una directiva europea en marcha sobre estos temas...».

El desglose de los datos en España dibuja una línea similar al aterrizaje en picado de un avión: si el valor total del mercado en 1998 eran 600 millones de euros, en 2007 apenas superaban los 280, es decir, menos de la mitad, y en 2011 ha vuelto a dividirse por dos: el consumo de música generó un valor económico de 148 millones de euros. En este último año, según las cifras de la industria, el valor del mercado físico ascendió a 102,2 millones de euros (menos de un tercio que hace cinco años: 345,8 millones) y el mercado digital ascendió a 46, 3 millones. Con respecto al año anterior, el mercado físico disminuyó un 19,99 por ciento mientras el digital se comportaba de forma opuesta, creciendo un 19,85 por ciento. Así, la peor parte se la lleven el CD y demás soportes físicos (con una caída del 16,7 por ciento) mientras las modalidades digitales mejoraron en 21,1 puntos. «El formato CD seguirá cayendo porque es un modelo que se reemplaza por otro y ya hay una generación a la que le parece hasta extraño comprar un trozo de plástico, pero seguirá habiendo un público que lo demande, aunque sea un producto nicho», asegura Guisasola.

Adele superventas
El hallazgo del año se llama Adele. La artista británica ha roto esquemas con su segundo disco, «21», que además de seis Premios Grammy logró unas insólitas ventas físicas de 18,1 millones de copias, convirtiéndolo en el álbum más vendido (aunque suene rimbombante) del siglo XXI. Sus méritos son muchos, entre ellos, destronar a dos divas de la música malogradas durante el año pasado. Ha sido la primera mujer que ha conseguido superar las 15 semanas no consecutivas en el número 1 de ventas en Estados Unidos. Sólo lo habían logrado antes Carole King (1971) y la desaparecida Whitney Houston (1986). Adele permaneció 23 semanas, tres más que la banda sonora de «El guardaespaldas», cuyo tema central también era de Houston. El álbum se mantuvo durante todo el año entre los diez más vendidos en Inglaterra y Estados Unidos, y superó en ventas al «Back to Black» de Amy Winehouse (15,1 millones de copias) como el más vendido desde 2000.

A diferencia del caso español, en el mundo, las ventas legales digitales representan el 31 por ciento del mercado y superaron por primera vez los 5.000 millones de dólares (casi 3.800 de euros). Los suscriptores de servicios musicales a la carta ascendieron a 13,4 millones en el mundo, y las descargas legales llegaron a 3.700 millones de canciones. ¿La más demandada? «Just the Way You Are», de Bruno Mars. La venta de discos también moderó su descenso, hasta 8,7 puntos menos, frente a los 13,8 de 2010.

Las cifras globales del mercado de la música grabada ascendieron a 12.600 millones de euros. En el polo opuesto a España, hubo siete países de los 20 mercados más importantes del mundo que compraron más música, y no todos ellos del primer mundo: Canadá, Suecia, India, Corea del Sur, Brasil, México y Australia. En cambio, en España, el 43 por ciento de los internautas sigue descargándose música ilegalmente, el doble de usuarios que en países de su entorno.

 

El detalle
LAS DISCOGRÁFICAS DEMANDAN A ENRIQUE DANS POR SU HONOR

La asociación que agrupa a las discográficas, Promusicae (a cuyo frente está Antonio Guisasola, en la imagen), ha interpuesto una demanda en defensa del honor de la entidad contra el bloguero y profesor del IE Bussiness School Enrique Dans, que había escrito en su página web críticas contra el sistema de difusión RitmoNet, creado por la entidad, y del que Dans afirma que vulnera «las legislaciones antimonopolio». También se refería al «turbio entramado de la propiedad intelectual». La entidad afirmaba en un comunicado que su actuación es «un ejemplo de gestión social transparente y con sus cuentas auditadas».
 

Alborán, contra el invasor anglosajón
Si Adele ha sido el «pelotazo» mundial, en España, y a una escala infinitamente más modesta, hay que tener en cuenta la proeza de un debutante, Pablo Alborán (en la foto), que, surgido de los vídeos de YouTube, ha vendido 120.000 copias de su álbum de debut. «No está ocurriendo en España, pero puede pasarnos. Hay muchos países donde no quedan artistas locales y sólo hay grupos anglosajones. Es una consecuencia de la industria, porque si desaparecen las discográficas nacionales, no van a ser las extranjeras las que se preocupen de sacar a los nuevos El Canto del Loco», asegura Guisasola.